Unos 750 años antes de que Cristo naciera, el profeta Isaías predijo Su venida y dijo que sería un Varón de dolores y Alguien que sería “Despreciado y desechado entre los hombres”, así como “experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). Muchos han comentado que las profecías de Isaías sobre el Señor, especialmente en Isaías 53, apuntaban a Su cruel muerte en la cruz. Esto es cierto.
Pero sus dolores van más allá de Su muerte. De hecho, todo Su ministerio, comenzando con Su bautismo (Lucas 3:22), puede describirse como marcado por el dolor. En Su bautismo, la voz de Su Padre proclama que Jesús es Su Hijo amado. Las palabras del Padre probablemente aluden a otra de las profecías de Isaías (Isaías 50:6-14) sobre Sus dolores, señalando así el sufrimiento que el Señor soportará cuando vaya a la Nación de Israel.
Por tanto, el Señor sabe desde el principio que será el Varón de dolores de Isaías. Inmediatamente después de Su bautismo, el Señor es tentado por Satanás en el desierto durante cuarenta días. Durante ese tiempo, Jesús no come nada (Lucas 4:1-13). Su hambre y el tiempo que pasó solo en aquel lugar desolado presagian las dificultades a las que se enfrentaría.
Después de ser tentado por el maligno, el ministerio de predicación y curación de Jesús comienza con determinación. Viaja por Galilea predicando en muchas sinagogas y realizando numerosos milagros de curación. Las Escrituras nos dicen que la gente se asombraba de sus enseñanzas. Él estaba ofreciendo el reino de Dios a la nación y, a través de los poderes que desplegaba, demostrando que podía hacer lo que decía.
Hay un momento en Lucas en el que parece que Su vida no va a ser tan mala como se podía suponer por Su bautismo y Su tentación en el desierto. Mientras predicaba en Galilea, Lucas dice que fue “glorificado por todos” (Lucas 4:15). Esto no significa que lo vieran como el Hijo divino de Dios, sino que lo honraban, alababan y respetaban por lo que decía y hacía. Fue un comienzo alentador.
Pero duró poco. Una de sus paradas en Galilea es Nazaret, Su ciudad natal. La gente había oído hablar de Su predicación y de Su viaje de curación. El Señor llega a la ciudad y predica en la sinagoga. Como era de esperar, habla de otro pasaje de Isaías sobre la venida de Cristo (Isaías 61:1-2; Lucas 4:18-19). En ese pasaje, Isaías dice que el Cristo liberará a Israel de sus enemigos y establecerá el reino de Dios. El Señor le dice entonces a la gente de Nazaret que Él es el cumplimiento de las profecías de Isaías. ¿Cómo responderían a Su mensaje los que lo conocían desde la infancia?
Lo rechazan. Al principio, reconocen que sus palabras son palabras de gracia (Lucas 4:22), pero concluyen que no puede ser el Cristo. Irónicamente, sus acciones son el cumplimiento de una de las profecías de Isaías (Isaías 53:3). El Cristo sería despreciado y rechazado por aquellos a quienes vino.
Cuando el Señor les dice que son como sus antepasados, que maltrataron a los profetas Elías y Eliseo, la gente se enfurece. No solo rechazan a Cristo, sino que lo consideran un falso profeta. El Antiguo Testamento decía que los falsos profetas debían ser ejecutados. La gente de la ciudad natal de Cristo decide cumplir esta sentencia. Intentan arrojarlo por un acantilado, después de lo cual, evidentemente, planean apedrearlo hasta la muerte.
Muchos han visto que estos sucesos de Nazaret prefiguran el trato que la nación en su conjunto dará al Señor. El Señor no muere en Nazaret. Pero las señales de Su destino son claras.
Así comienza el ministerio terrenal del Señor. El Padre dice que sufrirá. Se queda sin comer. Se queda en una zona desolada, enfrentándose a Satanás. Viaja a Su pueblo natal a anunciar la mayor noticia que jamás habían oído sus habitantes. Sus amigos y conocidos lo desprecian y quieren matarlo. Su ministerio terrenal, según los criterios humanos, parecía sombrío. Isaías tenía razón. Era un varón de dolores.
No necesitamos ser teólogos profesionales para entender por qué pasó por lo que pasó. Lo hizo por nosotros. Mientras se alejaba de Nazaret, solo podemos preguntarnos qué pensaba. Pero cuando proclamamos Su mensaje de gracia y el mundo se opone a lo que tenemos que decir, hay una cosa que sí sabemos: Caminamos con Él.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].