Hasta esta semana, un gran árbol crecía en medio del aparcamiento de nuestra iglesia. Su sombra ofrecía un excelente lugar para estacionar el coche y evitar que se calentara demasiado bajo el sol.
He asistido a esa iglesia durante diecisiete años, y ese árbol estuvo ahí todo el tiempo. Para mí, era hermoso y saludable. Pero no sé nada de árboles. Cuando fui a la iglesia este domingo, el árbol estaba tendido de lado, con el tronco abierto de par en par.
Pensé que había soplado un viento fuerte en la zona, pero lo cierto es que el árbol simplemente se había caído. Quienes saben de árboles podían ver en el tronco que estaba podrido por dentro. De hecho, había estado así durante años. Me quedé sorprendido.
La lección, por supuesto, es que no siempre se puede juzgar un libro por su portada. Las cosas no siempre son lo que parecen. El Señor dice lo mismo en Apocalipsis 3:17. Está hablando a la iglesia en Laodicea. Ellos piensan que son ricos, adinerados y que “de ninguna cosa tengo necesidad”. Es de suponer que esta iglesia tenía algunos miembros adinerados. Dado que la iglesia primitiva se reunía en casas, es posible que la iglesia de Laodicea se reuniera en los hermosos hogares de miembros respetados en la comunidad. Tal vez incluso formaran parte del gobierno local. Era una iglesia acomodada.
Desde fuera, parecía que todo iba bien. Pero el Señor dice que los miembros de la iglesia son desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos. Se refiere a su estado espiritual. Eran muy parecidos a aquel árbol del aparcamiento. Para un observador externo que no supiera nada más, la iglesia lucía excelente. Concluiría que la iglesia tenía un impacto significativo en la ciudad de Laodicea.
Pero en cuanto a las realidades espirituales internas, estaban corrompidos por dentro. Eran creyentes, pero carecían de intimidad con el Señor. Estaban fuera de comunión con Él. Él deseaba que se deshicieran de la podredumbre apartándose de su pecado de amar al mundo. Debían buscar un estado espiritual saludable y la comunión con Él. Si no lo hacían, el Señor los vomitaría de su boca. Esto no puede referirse a la pérdida de la salvación, lo cual es imposible. Significa que su estado actual de madurez espiritual resultaba nauseabundo. Si eso continuaba así, el Señor los disciplinaría, y no serían de ninguna utilidad espiritual. El árbol tendido en el aparcamiento de nuestra iglesia sería una buena ilustración de su falta de intimidad con el Señor.
Puedo pensar en al menos dos formas en que esto se aplica a los creyentes hoy. Una iglesia puede verse bien por fuera. Puede tener un edificio magnífico, una congregación numerosa y ministerios de jóvenes y música muy activos. Pero si no se enseña sana doctrina, y si la gente no responde a esa enseñanza, las cosas solo se ven bien por fuera. Por dentro, las cosas están corrompidas.
Puede existir una situación similar a nivel individual. Un creyente puede asistir a la iglesia e incluso participar activamente en ella. Pero si no tiene interés en la Palabra de Dios, él también es como el árbol de nuestro aparcamiento. Un creyente individual también puede ser un legalista estricto y, externamente, parecer espiritualmente maduro, pero estar fuera de comunión con el Señor porque no está siendo transformado interiormente por el Espíritu (2 Corintios 3:18; Romanos 12:1-2).
¿Cómo estamos? ¿Cómo está la iglesia a la que asistimos? ¿Somos como el árbol del aparcamiento, como la iglesia de Laodicea? Fue un poco triste descubrir la verdad sobre aquel árbol de apariencia hermosa. Pidámosle que nos guarde de ser como ese árbol cuando Él mire dentro de nuestro “tronco” en el Tribunal de Cristo.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].


