El pasado Día de Acción de Gracias pasé la semana con la familia de mi hija mayor. Su hijo menor tiene un año y medio y es mi nieto menor. Hacía años que no tenía un hijo de esa edad, y me falta práctica en estas cosas. Siempre es una experiencia pasar tiempo con él.
Es una máquina de demolición. Dondequiera que va, deja un caos. Se quita un calcetín y lo deja donde está. Nunca se le ocurre recoger un juguete cuando ha terminado de jugar con él. Me da miedo incluso mencionar cómo come. Ayer le preparé un plato con lo que pensé que era su comida favorita. Inmediatamente, lo tiró al suelo, y el perro de la familia disfrutó de lo lindo. No es que no tuviera hambre. Después de tirar el plato al suelo, se acercó y me pidió que le diera de comer lo que tenía en mi plato. Aunque estaba deseando comérmelo yo, se llevó el 90% de mi comida.
Si mirara a este pequeñajo como a un semejante, llegaría a la conclusión de que es la persona más grosera que ha existido jamás. Solo piensa en sí mismo. No tiene ni idea de normas sociales. Durante el Día de Acción de Gracias, no contribuyó en nada a todas las cosas que yo pensaba que había que hacer para pasar unas buenas vacaciones. No lavó ni un plato, ni ayudó a preparar la comida, ni lavó la ropa, ni puso la mesa. De hecho, hizo cada una de estas cosas más difíciles para el resto de nosotros. Desde esa perspectiva, se podría decir que Acción de Gracias habría sido más agradable si no hubiéramos tenido que lidiar con sus travesuras.
Por supuesto, todos sabemos que no es así. Él hizo que Acción de Gracias fuera mucho más divertido. No habría sido lo mismo sin él. Preferiría darle de comer a él que comer yo.
Una razón importante para sentirme así es que todos sabemos que es un bebé. No esperamos que actúe como un adulto. No tiene ni idea de cuál es la conducta adecuada para un adulto. Cuando hace lo que hace, actúa exactamente como esperamos.
Obviamente, me encanta ese pequeñín. Estoy muy contento de que forme parte de nuestra familia. No puedo imaginarme la vida sin él. No me importa ni un ápice que tengamos que limpiar lo que ensucia. No lo haría de otra manera.
Este fin de semana se me ocurrió que hay una analogía con la vida cristiana. A menudo oímos que, si un incrédulo quiere salvarse del lago de fuego, debe hacer algo más que simplemente creer en Jesús para la vida eterna. Él debe apartarse de sus pecados también. En otras palabras, debe mostrar al menos algunas señales de madurez espiritual. Para decirlo sin rodeos, Dios no permitiría a alguien en Su familia que por lo menos no tratara de actuar correctamente.
Eso es ridículo. En 1 Cor 3:1-2, Pablo le dice a la iglesia de Corinto que cuando vino por primera vez a ellos, cuando creyeron por primera vez, los trató como bebés y los alimentó con leche espiritual, lo básico de la vida cristiana. No esperaba que entendieran cómo debían actuar. No sabían lo que debían hacer.
Pero seguían siendo creyentes. Tenían vida eterna y seguían formando parte de la familia eterna de Dios (1 Cor 1:2). De hecho, aunque seguían comportándose así años después, Pablo los llama “hermanos en Cristo” y “niños en Cristo” (1 Co 3:1).
Cuando miro a mi nieto, espero que dentro de diez años no sea el desaliñado que es ahora. Espero que aprecie mejor a los que le rodean. Pero incluso si sigue siendo un desaliñado y solo piensa en sí mismo después de todo ese tiempo, seguirá siendo mi nieto. Seguirá siendo parte de mi familia.
Cuando alguien cree en Jesucristo para vida eterna, Dios no le exige que limpie su vida para seguir siendo salvo (Juan 3:16; 5:24; 6:35, 37, 39; 11:26; Ef 2:8-9). No espera que un nuevo creyente actúe como un cristiano maduro. Aunque solo la fe en Cristo trae el nuevo nacimiento, el crecimiento lleva tiempo (fíjate en la palabra aún en 1 Cor 3:3).
Estoy absolutamente seguro de que el Señor mira a un nuevo creyente en Cristo de una manera similar a como yo miro a mi nieto. El Señor está contento de tenerlo como parte de Su familia, tal como es. Pero, así como yo deseo que mi nieto madure, Dios desea que Sus hijos maduren y se conviertan en personas piadosas.
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N.d.T: Del título del himno “Just As I Am”, escrito por Charlotte Elliott en 1835. Empieza así: “Tal como soy, sin una súplica; pero que tu sangre fue derramada por mi; y que me pidas que venga a ti; Oh, Cordero de Dios, vengo, vengo …”.