El efecto Mandela es un fenómeno por el cual grandes grupos de personas aseguran que algo ocurrió cuando en realidad nunca pasó. Su nombre proviene de la creencia falsa pero extendida de que Nelson Mandela murió en prisión en la década de 1980. No fue así. Pero millones lo recuerdan de esa manera.
Hay muchos ejemplos del efecto Mandela. La gente asegura que el personaje de monopoly (Mr. Monopoly) lleva un monóculo (no lo usa), que el logotipo de Fruit of the Loom tenía un cuerno de la abundancia (nunca lo tuvo) y que Hannibal Lecter saludó a Clarice con: “Hola, Clarice”, cuando en realidad dijo: “Buenos días”. Hemos añadido “of the world!” al final de la canción de Queen “We Are the Champions” (esa frase no formaba parte de la versión de estudio).
¿Has oído alguna de estas citas famosas de televisión o cine?
- “Lucy, you got some ’splainin’ to do!”
Aunque Ricky Ricardo dijo variaciones de esas palabras, esa cita exacta nunca se usó en “I Love Lucy”. - “If you build it, they will come”.
No exactamente. La línea fue: “He will come”.
Lo inquietante del efecto Mandela es que la gente jura recordar algo que no es verdad. Demuestra que cuando algo se repite lo suficiente, sustituye a la verdad en nuestra mente.
Puede suceder con la Palabra de Dios. Por ejemplo, muchos citan a Isaías diciendo: “El león se acostará con el cordero”. Está por todas partes: en sermones, canciones, cuadros y vidrieras. Pero Isaías nunca dijo eso. En realidad escribió: “Morará el lobo con el cordero…” (Isaías 11:6). El león no aparece sino hasta más adelante en ese mismo versículo: “el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará”.
¿Por qué cambiamos lobo por león? Tal vez porque “león y cordero” suena más suave (una bonita aliteración). O quizá porque nos gustó más el contraste. Este es un ejemplo pequeño, y algunos podrían argumentar que no afecta la doctrina y que refleja el sentido del pasaje, aunque no lo cite exactamente. Sin embargo, ese modo de pensar es un terreno resbaladizo. La deriva de la memoria comunitaria ha infectado teologías enteras, moldeando lo que la gente cree que Dios dijo y la manera en que le sigue.
Tomemos la frase: “Somos salvos solo por la fe, pero la fe que salva nunca está sola”. Esto es una distorsión de lo que dice Santiago 2:20, que en parte dice: “…la fe sin obras es muerta”. Muchos citan mal a Santiago, afirmando que está diciendo que no eres salvo si no haces buenas obras. Este versículo ha sido abusado sin cesar. Santiago no estaba hablando de la salvación eterna; estaba tratando el tema de la utilidad, no de la justificación. Pero la teología del Señorío ha distorsionado el versículo convirtiéndolo en una prueba de salvación eterna. El resultado es toda una generación que camina con temor, mirándose a sí mismos en busca de pruebas, en lugar de mirar a Cristo y creer en Él para vida eterna.
Un segundo ejemplo es “arrepiéntete de tus pecados para ser salvo”. Muchos carteles al borde de la carretera citan esa frase. Sin embargo, la expresión “arrepentirse de los pecados” nunca se usa en el Nuevo Testamento en conexión con recibir la vida eterna. A los incrédulos se les manda creer en el Señor Jesucristo para vida eterna (Juan 3:16; Juan 5:24; Juan 6:47; Hechos 16:31). No obstante, una memoria falsa persiste entre millones.
O bien los apóstoles mismos, o quienes los siguieron inmediatamente, fueron “mandeleados”. En Juan 21, después de su resurrección, Jesús le dice a Pedro cómo morirá. Pedro mira a Juan y dice: “¿Y qué de este?” Jesús responde:
“Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” (Juan 21:22).
¿Y qué ocurrió después?
“Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” (Juan 21:23).
Citaron mal al Señor. Difundieron una interpretación distorsionada de lo que Él dijo, y se propagó. Pero Jesús nunca dijo que Juan no moriría. Estaba haciendo hincapié en el enfoque de Pedro. Juan entonces aclara la cita errónea, porque incluso una ligera alteración de Sus palabras importa.
Vemos de nuevo esta preocupación por la precisión en Gálatas. Pablo escribió:
“No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16).
Pablo construye un argumento, no sobre un capítulo o un versículo, sino sobre la gramática de una sola palabra: simiente (singular) frente a simientes (plural). Si Pablo, por inspiración del Espíritu Santo, fue así de preciso, nosotros también deberíamos serlo.
El efecto Mandela demuestra cómo millones pueden creer y repetir algo que nunca se dijo o que nunca ocurrió. La teología Mandela ilustra cómo iglesias enteras pueden hacer lo mismo, eligiendo seguir una memoria colectiva en lugar de la Palabra de Dios. Ya sea un león que nunca estuvo allí, un versículo que nunca se escribió o una doctrina construida sobre una frase pegadiza en vez del texto real, la verdad se reescribe cuando no estamos atentos.
En respuesta, los creyentes deberían recordar las palabras del apóstol Pablo a Timoteo:
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
Un día, todos los creyentes estaremos delante del Señor en el Tribunal de Cristo para dar cuenta. Para presentarnos ante Él sin vergüenza, debemos estar cimentados en lo que Él realmente dijo. Nuestras memorias o tradiciones no determinan la verdad. La Palabra de Dios lo hace.
“Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:11).
No caigamos en el efecto Mandela. Permite que la Palabra de Dios hable más fuerte que la multitud.


