No hace falta ser un erudito de la Biblia para saber que el Señor nos manda ser misericordiosos con los demás. Ser misericordioso no solo significa que debemos perdonar a los demás. Incluye una actitud más general sobre cómo vemos a otras personas. Un creyente misericordioso no favorece a una persona rica sobre una pobre, por ejemplo.
Un aspecto interesante de ser misericordioso se encuentra en Lucas 15. En este capítulo, el Señor da tres parábolas que están conectadas. Están conectadas por las palabras “perdido” y “hallado”, que se mencionan en las tres. Hay una oveja perdida que se encuentra, una moneda perdida que se encuentra, y un hijo perdido que se encuentra.
En cada parábola, también hay una celebración cuando se encuentra lo que se había perdido. El pastor de la parábola llama a sus vecinos para celebrar con él cuando encuentra su oveja perdida. La mujer llama a sus vecinos para celebrar con ella cuando encuentra su moneda perdida. En la última parábola, el padre celebra cuando encuentra a su hijo perdido.
Aunque estas parábolas se utilizan a menudo para enseñar que las cosas que se pierden se refieren a los no creyentes y que Dios y los ángeles celebran cuando un no creyente llega a la fe, ese no es el caso. La oveja, la moneda y el hijo perdidos se refieren a los creyentes. Los creyentes pueden, y a menudo lo hacen, desviarse de una vida de obediencia al Señor. Cuando lo hacen, se “pierden” de la comunión con su Padre celestial. Aunque un creyente nunca puede perder la vida eterna, la intimidad con el Señor sí puede perderse. Esto es lo que le sucede a un cristiano perdido.
Uno de los puntos principales de las parábolas es que cuando un creyente se arrepiente y regresa a la comunión con el Señor, Dios se complace. Es como si hubiera una fiesta en el cielo. Cuando el pastor y la mujer llaman a sus vecinos para que se unan a la fiesta, el quid es que otros creyentes deben compartir la alegría que el Padre experimenta cuando un creyente extraviado es “encontrado” al regresar a la intimidad con Él.
La parábola del hijo perdido, sin embargo, muestra que los creyentes a menudo no responden como deberían. Cuando el hijo regresa a su padre, y el padre está extasiado por haber encontrado a su hijo, no todos están contentos. El hombre tiene otro hijo, mayor, que no comparte la visión de las cosas de su padre. Le molesta que su hermano haya vuelto a casa. No está dispuesto a unirse a la fiesta con los que se alegran. Evidentemente, esto contrasta con el llamamiento de las otras parábolas, cuando el pastor y la mujer animan a sus vecinos a unirse a la fiesta, celebrando con ellos el hecho de haber encontrado lo que se había perdido. En esta última parábola, el padre anima a su otro hijo a unirse también a la fiesta.
Debemos admitir que el hijo que se resiste a unirse a la fiesta es una figura hasta cierto punto simpática. Le molesta que su hermano haya actuado de forma irresponsable. ¿Por qué hay que celebrar a este, que ha malgastado tanto su vida y sus recursos? ¿Era correcto hacer tanto alboroto y dar una fiesta tan fastuosa? ¿Cómo podía saber el padre que su hijo, antes díscolo, no volvería a ese estilo de vida? Quizás el hijo fiel miraba con razón a su hermano con recelo y con escepticismo. Tal vez se le pueda disculpar por no estar de humor festivo.
¿No vemos esta actitud entre muchos en las iglesias de hoy? Cuando los creyentes caen en un pecado profundo, muchos concluyen que el que cayó ni siquiera era creyente. En muchos casos, los miembros de las iglesias desconfían de los motivos de los creyentes que regresan. ¿Es sincero este arrepentimiento? Especialmente si se trata de un reincidente, muchos creyentes no se entusiasmarán demasiado con las perspectivas de futuro de un creyente que afirma ver el error de su reciente estilo de vida.
Independientemente de lo que podamos decir sobre tal actitud hacia un creyente arrepentido, una cosa es cierta. Es inmisericorde. Tenemos una tendencia en nuestra carne a juzgar a los demás con dureza y a pensar que somos mejores que ellos. Olvidamos que crecer en nuestra semejanza con Cristo es un proceso. A veces, los creyentes toman serios desvíos. Deberíamos ver esos ejemplos con tristeza. Pero cuando tal creyente vuelve a sus cabales y desea caminar en comunión con el Señor, no debemos mirarlo con una mente recelosa y que juzgue. Deberíamos ser como el propio Señor. Deberíamos unirnos a la celebración con un regocijo misericordioso.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].