En Juan 15:5, el Señor dice: ” Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. Este versículo es usado a menudo por enseñantes de la Biblia, predicadores, e incluso profesores de seminario, para argumentar que todos los creyentes llevan fruto espiritual. Sostienen que “permanecer en Cristo” es lo mismo que “ser cristiano”. Se argumenta que, como todos los creyentes “permanecen” en Cristo, todos los creyentes caminarán en obediencia y producirán buen fruto. Si no estás viviendo una vida santa, entonces no estás permaneciendo en Cristo y por lo tanto no eres un creyente. Irás al infierno. Es una buena idea, entonces, examinarte a ti mismo para ver si estás produciendo ese fruto. Si no estás produciendo “mucho” fruto (siendo obediente al Señor), entonces debes preocuparte por su salvación.
Las personas que creen en la Gracia Gratuita, por otro lado, señala lo absurdo de tal punto de vista. El Señor está hablando de dar fruto, no de cómo sabemos si somos salvos o no. Este es un asunto de la vida cristiana, no de salvación eterna. En Juan 15 Cristo está dirigiéndose a los once discípulos, los cuales todos tienen vida eterna. Cuando les dice que permanezcan en Él, no está hablando de ser salvos. Permanecer en Él significa intimidad con Él. Él quiere estar en casa con ellos. Eso es lo que significa el verbo permanecer. Si el Señor está en casa con un creyente, el producirá el fruto espiritual que Él desea. Permanecer con el Señor significa estar en comunión con Él. Un creyente puede estar en comunión con Él, pero también puede escoger no estar en comunión con Él. El creyente desobediente no está en íntima comunión con Cristo.
Hay una gran ilustración de esta verdad espiritual en 2 Reyes 25:8-17. Estos versículos relatan la destrucción del templo en Jerusalén por el ejército babilónico. Reducen el edificio a cenizas. Luego se llevan todos los enseres del templo a Babilonia.
Este templo era altamente simbólico para los judíos. Era un símbolo de gran orgullo nacional. Pero era más que eso. También simbolizaba que Dios habitaba en medio de Su pueblo. Era Su casa. Cuando estaba en pie, significaba que Él estaba en casa con ellos. Estaba en comunión con ellos. Estaba allí para bendecirlos.
Pero la nación había caído profundamente en pecado. Dios le había dicho al pueblo que si esto sucedía, serían llevados a otra tierra como cautivos. En otras palabras, si no daban el fruto que Él esperaba —si caminaban en desobediencia—su ciudad sería destruida. Eso incluía el templo.
Era en el templo donde el pueblo debía adorar a Dios. Era allí donde hacían sacrificios que cubrían sus pecados. Este perdón de los pecados hacía posible la comunión continua con Él. Este perdón permitiría a Dios bendecir a Su pueblo.
¿Qué significaba la destrucción del templo? Obviamente, la gente no estaba en comunión con Él. No permanecían en Él. Él ya no permanecía —es decir, ya no estaba en casa— con Su pueblo.
Aun así, ¿seguían siendo Su pueblo? Por supuesto que sí. Conocemos el resto de la historia. Su pueblo regresó del cautiverio y reconstruyó el templo. Esta fue una imagen de comunión restaurada. Dios estaba de nuevo permaneciendo en medio de su pueblo. Estaba en casa con ellos.
Cuando un creyente hoy está caminando en desobediencia, él no está permaneciendo en Cristo. Todavía es un creyente, pero el Señor no está en casa con ese creyente. En tal estado, él no podrá producir ningún fruto espiritual.
La vida eterna nunca se puede perder. Pero el cristiano que vive una vida desobediente es uno con quien Cristo no está en casa. Es una imagen fea. Puedes leer acerca de cómo se ve eso en 2 Reyes 25:8-17. Se parece a un hermoso edificio que ha sido quemado y sus enseres sustraídos.
___
Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].