Cuando tenía diez años, asistí a una reunión familiar en Kentucky. Dos primos muy lejanos vinieron a la reunión. Eran hermanos y tenían más o menos mi edad. No los conocía, pero pasamos un buen rato jugando en un parque estatal.
Eran muy simpáticos, pero diferentes. Los dos tenían enormes bolas de tabaco de mascar en la boca y no paraban de escupir jugo de tabaco. Tenían los dientes en muy mal estado y les faltaban algunos. Los otros estaban podridos y manchados de jugo de tabaco. Yo había visto a muchos hombres mascar tabaco, pero nunca había visto a niños de mi edad haciendo eso. Les pregunté cuánto tiempo llevaban consumiendo tabaco. Me dijeron que habían empezado a los cinco años.
Creo que mucha gente hoy en día oirá esto y se preguntará cómo pudo ocurrir. ¿Por qué no detuvieron a los padres de estos dos chicos por maltrato infantil? Solo puedo decir que entonces eran otros tiempos. No solo ocurrió, sino que estoy bastante seguro de que nadie en la reunión se enfrentó a los padres sobre la situación.
Estoy casi seguro de saber por qué. Los padres eran familia. Era divertido estar con toda la familia. Los padres querían a sus hijos. No sé de dónde eran, pero estoy seguro de que de algún lugar de Kentucky o Tennessee. Me imagino su casa en el bosque. En ese entorno, otros niños hacían lo mismo. La gente tiene orígenes diferentes. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Sería descortés decirle a un padre cómo educar a sus hijos. Incluso señalar que los padres estaban haciendo daño a sus hijos sería extremadamente incómodo. Todos los asistentes a la reunión formamos parte de una gran familia y deberíamos llevarnos bien. Además, tal vez los padres se dieran cuenta más tarde y consiguieran que los chicos cambiaran su sucio y malsano hábito.
Como solo tenía diez años, no tuve esta conversación con los adultos de la reunión. Estaba demasiado ocupado jugando al escondite, al pilla-pilla y a otros juegos con mis primos, incluidos los dos que escupían jugo de tabaco por todas partes. Tengo que pensar que los adultos hablaron de estas cosas, pero se lo guardaron para ellos.
¿Tenían razón los adultos? ¿Hicieron lo correcto al no decir nada a los padres, aun sabiendo que los chicos estaban siendo perjudicados?
Veo un paralelismo entre mi historia y la cuestión de la seguridad de la salvación. Las mismas razones que se dieron para no abordar la salud de aquellos niños hace tanto tiempo se dan hoy cuando se trata de enseñar la seguridad de la salvación. Aunque sabemos que es una doctrina bíblica, nos encontramos con buenas personas que no creen en ella. Aman a sus hijos. Van a la iglesia. Vienen de entornos en los que nadie cree en la seguridad eterna. Sería grosero decirles que sus tradiciones religiosas están equivocadas. Nos incomodaría a todos. Solo conseguiríamos que decidieran evitarnos. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a los demás? ¿No podemos llevarnos bien? Además, quizá más tarde se den cuenta de la verdad. Dejemos que lo descubran por sí mismos.
A los que estamos en el movimiento de Gracia Gratuita se nos dice a menudo que esa debería ser nuestra actitud. Pero creo que deberíamos reconsiderarlo. Supongo que al menos algunos de los lectores de este blog piensan que los adultos de nuestra familia deberían haberse enfrentado a los padres de mis primos lejanos. Su salud dental se estaba deteriorando gravemente. Su cuidado dental les costaría una fortuna algún día. Los dientes de una persona influyen en la salud de todo el cuerpo. Las probabilidades de que estos chicos contrajeran cáncer de lengua, labio, mandíbula o estómago tenían que ser astronómicas. Eso es lo que el tabaco estaba haciendo a esos chicos.
La falta de seguridad de salvación es aún más mortal que el tabaco. GES sostiene con razón que, si nunca has creído que tu salvación es segura, no tienes vida eterna. Pero incluso si dejamos eso de lado por un momento, piensa en lo que la falta de seguridad provoca en la vida de cualquier persona. Si interactúas con gente de la iglesia durante cinco minutos, verás rápidamente el daño catastrófico que la falta de seguridad causa en sus vidas espirituales. Todos los días nos encontramos con personas así. Temen a la muerte. Están paralizados por ese miedo. Sueñan con despertar en el infierno. No pueden servir al Señor con gozo porque ni siquiera saben si son Sus hijos. El crecimiento espiritual y la salud son imposibles sin seguridad de salvación. Sin creer en la seguridad de que uno es salvo, no se puede entender la Palabra de Dios, solo se puede pervertir. Un libro que se supone debe traer vida y bendición trae terror.
Si pudiéramos volver a mi reunión familiar, muchos de nosotros probablemente confrontaríamos a los padres con respecto al daño que les estaban haciendo a sus hijos. Señalaríamos la verdad de la situación. Del mismo modo, cuando comprendemos la gravedad de la doctrina de la seguridad de salvación, no hay duda de lo que debemos hacer. Cuando nos encontramos con alguien que está dañando a otros al negar esa doctrina, debemos señalarlo y decir la verdad.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].