Por Bob Wilkin, extraído del boletín de junio/julio de 1988 de la Grace Evangelical Society
Hoy en día, la inmoralidad sexual está descontrolada. Los años setenta y ochenta han sido una época de sexo libre. Desafortunadamente, el cuerpo de Cristo no fue ajeno a este problema. Los estudios muestran que la inmoralidad sexual (por ejemplo, el sexo prematrimonial, el adulterio, la homosexualidad, el incesto o la lujuria por la pornografía) es un problema común entre los creyentes de hoy en día.
Aunque había escuchado estas cosas antes, no las he asimilado hasta hace poco. Acabo de leer un libro –que recomiendo encarecidamente– de Randy Alcorn titulado, Christians in the Wake of the Sexual Revolution [Los cristianos tras la revolución sexual] (Portland, OR: Multnomah Press, 1985). Alcorn me sorprendió con muchas ilustraciones de la vida real de los creyentes que están en esclavitud sexual (véase, por ejemplo, pp.25-32).
¿Cómo debemos responder a este problema?
En primer lugar, no neguemos que es un problema muy importante. Reconocer el problema es un paso clave para afrontarlo.
Segundo, evitemos cambiar el mensaje del evangelio como solución. La salvación por señorío tiene una profunda preocupación por el hecho de que los creyentes vivan vidas santas. Yo comparto esa preocupación. Sin embargo, no puedo adoptar la solución que ofrece la salvación por señorío, añadiendo obras al evangelio. La salvación es un regalo gratuito. Se recibe solo por la fe, no por la fe más las obras.
Decirle a una persona que debe dejar de vivir con su amante para salvarse del infierno es contradecir la idea de regalo gratuito. Si debo renunciar a algo (aparte de considerarse a sí mismo más justo que los demás y de no creer) – o incluso estar dispuesto a hacerlo, – entonces la salvación me cuesta algo. Los defensores de la salvación por señorío no niegan esto. El Dr. James Boice, por ejemplo, en su libro Christ’s Call to Discipleship [El llamado de Cristo al discipulado] (Chicago: Moody, 1987) en un capítulo titulado, “Counting the Cost” [Calculando el coste], hace la pregunta “¿Qué debo pagar para ser un cristiano?” (p. 112). Observa que está hablando de lo que debemos PAGAR. No pagamos por los regalos. Boice entonces responde a su propia pregunta, en parte, señalando: “Debo pagar el precio de esos pecados que ahora tanto aprecio. Debo renunciar a ellos, a cada uno. No puedo aferrarme ni a un solo pecado…”. (pp. 112-13).
En tercer lugar, evitemos cambiar la base de la seguridad de la salvación. Algunos pastores predican y aconsejan que los creyentes involucrados en pecados sexuales continuos probablemente no son “verdaderos creyentes” y por lo tanto probablemente no son salvos. Tristemente, esto alienta a los creyentes a mirar sus obras en lugar de la Palabra para la seguridad de su salvación. Esto hace que sus ojos se aparten del Salvador y se centren en ellos mismos. La cruz queda en segundo plano. La gracia se olvida. Tal enseñanza puede llevar a los creyentes a la desesperación, a la depresión y a una sensación de frustración tan abrumadora que algunos abandonan completamente sus esfuerzos por vivir para Dios.
En cuarto lugar, en términos de discipulado es de vital importancia que nosotros mismos mantengamos vidas de pureza sexual. Todos somos capaces de cometer adulterio, sexo prematrimonial, homosexualidad, adicción a la pornografía, etc. Para evitar estas calamidades necesitamos responsabilidad en nuestras familias e iglesias, estándares altos cuidadosamente mantenidos, y un historial de obediencia en el tiempo. Si los que proclamamos Su gracia y la gratuidad del evangelio caemos en el pecado sexual, muchos nos señalarán con el dedo y dirán que ha sido la doctrina la que ha producido la conducta inmoral. El pecado sexual puede destruir vidas, ministerios y reputaciones.
En quinto lugar, al predicar, enseñar e interactuar con otros creyentes, dejemos claro que la inmoralidad sexual es un gran problema, que puede hacernos tropezar fácilmente y que tiene consecuencias terribles. En lugar de hacer una referencia ocasional al adulterio, la pornografía, la homosexualidad o el sexo prematrimonial cuando predicamos o enseñamos, me parece que deberíamos abordar estos problemas frecuentemente.
Si se hace con tacto, creo que compartir algunas de las ilustraciones que Alcorn y otros autores cristianos proporcionan puede tener un efecto muy beneficioso. Al hablar del pecado sexual podemos discutir el ministerio de disciplina de Dios, el Tribunal de Cristo, el escarnio que tales acciones traen a la causa de Cristo, y cómo la poderosa motivación de la gratitud puede transformar las vidas de aquellos tocados por su gracia.
Podemos rebatir la afirmación de que damos a la gente una licencia para pecar viviendo nosotros mismos vidas piadosas y llamando repetidamente a otros a hacerlo. Que la gracia de Dios nos impulse a vivir vidas ejemplares. Aunque la inmoralidad desenfrenada de nuestros días es algo terrible, nos proporciona una oportunidad aún mayor de distinguirnos y dejar que nuestras luces brillen ante los hombres para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos.
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Bob Wilkin es el Director Ejecutivo de Grace Evangelical Society (Sociedad Evangélica de la Gracia). Vive en Highland Village, TX, con su esposa de 43 años, Sharon. Su libro más reciente es Turn and Live: The Power of Repentance [Tornar y Vivir: El Poder del Arrepentimiento].