Recientemente, estaba hablando con un amigo que trabajaba con el ministerio llamado Young Life [Vida Joven]. Es una organización que se enfoca en los jóvenes. Su fundador fue Jim Rayburn. Mi amigo me dijo que Rayburn solía comenzar sus mensajes a los adolescentes con una declaración impactante que los motivaría a prestar atención. Decía: “Jesucristo es la Persona más atractiva que jamás haya existido”.
Me imagino que los adolescentes que escuchaban esas palabras iniciales se sorprendían. La gente de esa edad suele preocuparse por la apariencia, y ellos nunca habían oído eso antes. Probablemente, le veían como una figura religiosa del pasado, y no especialmente “guay”. (Sí, ya sé, es un término que usábamos cuando yo era joven. Quizá los jóvenes de la época de Rayburn no lo hacían). No era Alguien que les pareciera atractivo.
Pero incluso las personas mayores se habrían preguntado qué quería decir Rayburn. No hay nada en el Nuevo Testamento que indique que Jesús fuera un hombre especialmente guapo. Más importante aún, muchos de nosotros estamos familiarizados con lo que el profeta Isaías dijo de Él:
No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. (Isaías 53:2).
Por supuesto, Rayburn tenía otra visión de lo que significaba ser atractivo. No se refería a la piel clara, el cabello sedoso o los ojos hermosos del Señor.
Hace poco leí un libro de Ian McFarland sobre la Persona de Cristo. Se titula The Word Made Flesh: A Theology of the Incarnation [El Verbo hecho carne: Una teología de la encarnación]. El libro de McFarland trata de cómo Jesús es plenamente Dios y plenamente Hombre y de cómo la Iglesia primitiva se esforzó por describir lo que esto significaba. Unos 400 años después de la resurrección del Señor, se codificó en el Concilio de Calcedonia. McFarland examina lo que significa la doctrina ortodoxa de la Persona de Cristo.
McFarland sugiere que muchos cristianos de hoy no entienden lo que la Iglesia dijo en Calcedonia. Decimos cosas que son heréticas sin darnos cuenta. Por ejemplo, mezclamos las dos naturalezas de Cristo cuando decimos que podía caminar sobre el agua y resucitar a los muertos porque era Dios. En vez de eso, debemos ver tales actos como hechos por el Jesucristo humano. No podemos ver a Dios (Juan 1:18), así que cuando vemos las acciones de Jesús, no estamos viendo a Dios, estamos viendo al Hombre.
Debo admitir que hay muchas cosas en el libro que no entiendo. Cuando el autor discute algunos aspectos, se sumerge en conceptos filosóficos y ciertas disputas en la iglesia primitiva de las que ni siquiera soy consciente. No entiendo el trasfondo ni los conceptos. Está claro que McFarland tiene un coeficiente intelectual muy superior al mío. Me pregunto cuántas cosas heréticas habré dicho sobre el Señor sin saberlo.
Pero una cosa sí sé: Jesucristo es más grande de lo que jamás podré comprender. Claro, puedo decir que Él es completamente Dios y completamente Hombre, una Persona para siempre. Pero esas palabras son un pobre intento de describirlo. ¿Quién puede mirarlo en las páginas del Nuevo Testamento y pensar que lo ha comprendido? Es demasiado grande. Si pudiera decirlo de otra manera, Él es simplemente demasiado hermoso. Tal vez eso es lo que Rayburn quiso decir.
Cuando los creyentes lo miran, ven a Aquel que les da la vida eterna como un regalo que nunca pueden perder si creen en Él. ¿Qué tan hermoso es eso? El creyente lo mira y puede entender que queremos ser más como Él (2 Cor 3:18). Si somos sabios, vemos que hay una belleza en Él que es atractiva más allá de las palabras. Queremos parecernos a Él. Cuanto más lo miramos en las páginas de las Escrituras, más esperamos el día en que lo veamos cara a cara.
Seguramente esto es lo que Rayburn quiso decir. Nuestro Salvador es tan grande que no podemos comprender plenamente cuán grande es. Nunca lo entenderemos. Aun así, por toda la eternidad estaremos de acuerdo en que Él es la Persona más atractiva que jamás haya existido. Pero creo que se puede decir algo más. Él se volverá más y más atractivo para nosotros a medida que avance la eternidad.