Estudiantes diligentes de la Palabra de Dios me han señalado las consecuencias mortales del pecado. La mayoría de los evangélicos afirma que los pecados envían a una persona al lago de fuego. Eso no es cierto. Una persona es enviada al lago de fuego porque no creyó en Jesús para vida eterna (Juan 3:16; 5:24). Aun así, el pecado es un asunto muy serio. Nuestros pecados pueden causar la muerte (Romanos 6:23; Santiago 1:13-15).
Esto puede hacer referencia a la muerte física, pero va más allá. Nuestros pecados pueden causar enfermedades. El pecado siempre produce caos, falta de fruto espiritual, la disciplina de Dios y la pérdida de recompensas eternas. El pecado destruye todo lo que toca. Bob Wilkin ilustra este concepto con la imagen de un crupier en un juego de blackjack. Pecar es como decirle al repartidor: “¡Otra carta!”, y él responde: “¡Por supuesto! Aquí tienes otra carta de muerte”.
Los amigos de GES estarán familiarizados con esta enseñanza bíblica. Recientemente, noté otra manera en la que el pecado nos reparte una carta de muerte. Es otro ejemplo de las consecuencias negativas del pecado en nuestras vidas. Probablemente lo intuimos de forma subconsciente, pero no creo que lo verbalicemos con frecuencia.
Proverbios 28:1 dice: “Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león”. Aquí, el impío y el justo no se refieren, respectivamente, al incrédulo y al creyente, sino a cómo vive una persona. Un creyente puede vivir de manera impía o justa.
El versículo afirma que quien vive impíamente huye, incluso sin que nadie lo persiga. ¿Por qué actuaría así? Tiene la conciencia culpable. Teme que otros descubran lo que ha estado haciendo. Se pregunta si alguien lo sabe. Vive con miedo. Pierde el sueño. Siempre está mirando a su alrededor, preocupado de que alguien esté a punto de descubrir lo que ha hecho en secreto.
Imagina el caso de un líder cristiano que está teniendo una aventura adúltera. ¿Lo descubrirá su esposa? ¿Hay evidencia en su teléfono que su familia podría ver? ¿Lo sabrá el esposo de la otra mujer? ¿Qué ocurrirá con su reputación, su empleo? ¿Cuánto le costaría un divorcio?
Piensa en cómo eso podría afectar su salud. Podría ser fatal. Si hay un esposo involucrado, ¡hasta podría causar la muerte física! Y el adulterio no es el único pecado con consecuencias graves. Hay muchas trampas “mortales” allá afuera.
El creyente que vive justamente no experimenta tales cosas. Puede andar por la vida “valiente como un león”. Un león no huye de enemigos reales o imaginarios. No les teme. El proverbio utiliza esta analogía para describir a una persona con la conciencia limpia. No tiene que mirar a su alrededor ni preguntarse si un esposo celoso o una esposa enojada descubrirán lo que ha estado haciendo.
Cuando veo leones en televisión, casi siempre están durmiendo. Es una imagen elocuente de la tranquilidad que acompaña a una vida justa. Un león no teme. El creyente no puede perder la vida eterna, pero el pecado sí puede causar muchos problemas en su vida presente. Uno de ellos es una conciencia culpable. Aunque el pecado nunca sea descubierto en esta vida, esa culpa, por sí sola, no vale el precio que el pecado impone.
Yo preferiría ser un león que se recuesta donde quiere y duerme en paz.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].


