Antes de llevar a tres de sus discípulos al Monte de la Transfiguración, Jesús les dijo cosas que no querían oír. Anunció que sería rechazado por la nación y que lo matarían (Lucas 9:22). Luego añadió que, si querían seguirle, debían negarse a sí mismos y tomar su cruz. Los llamaba a sufrir con Él. Aquello no les agradó porque pensaban que el reino llegaría a Israel muy pronto; no veían necesidad de sufrir. Así, fueron capaces de ignorar lo que el Señor decía cuando no encajaba con su manera de ver las cosas.
Pero Cristo también les hizo una promesa maravillosa: vendría en gran gloria (Lucas 9:26). Si obedecían lo que Él mandaba, participarían de esa gloria y serían grandes en su reino. En ese momento de sus vidas, sin embargo, suponían que esa gloria llegaría sin tener que sufrir por el Señor.
El Señor llevó a aquellos tres discípulos al monte. Allí, mientras los discípulos dormían, Jesús fue transformado; podríamos decir que su gloria quedó al descubierto. La gloria de ese reino venidero se vio con claridad. Aparecieron Moisés y Elías, y Lucas dice que lo hicieron “en gloria” (Lucas 9:31). Al despertar, los discípulos contemplaron la gloria del Señor (Lucas 9:32).
Moisés y Elías eran dos creyentes fieles del Antiguo Testamento. El autor de Hebreos afirma que Moisés tenía la mirada puesta en las recompensas del reino venidero de Cristo. Deseaba ser grande en ese reino; buscaba la gloria de la que hablaba Cristo. Y sabía que esas recompensas implicaban sufrimiento (Hebreos 11:26).
Lucas nos dice que en aquel monte también se manifestó la presencia de Dios Padre. Apareció una nube y de ella surgió su voz (Lucas 9:34-35). En el Antiguo Testamento, la gloria del Señor está asociada a una nube.
En este pasaje, Lucas trata el tema de la gloria —de forma directa o por alusión— cinco veces (Lucas 9:26, 29, 30, 32, 34). Los discípulos pensaban que iban camino de Jerusalén porque, en pocos días, recibirían las riquezas vinculadas a esa gloria. Cristo les aseguró que esas recompensas llegarían, pero que antes debían seguirle y sufrir con Él.
Cuando se manifestó la gloria de Dios Padre —representada por la nube—, les dijo a los discípulos que escucharan a Cristo. En el contexto inmediato, el Padre dijo esto porque no estaban escuchando al Hijo cuando les hablaba de la gloria en su reino. No creían que tales recompensas vendrían solo después de sufrir por un Cristo que sería entregado a la muerte por la nación de Israel.
Con el tiempo, aquellos tres discípulos terminaron por escuchar. Pedro murió por el Señor unos treinta años después. Santiago fue el primero de los discípulos originales en ser martirizado (Hechos 12:2). Juan vivió una larga vida de sufrimiento por Cristo. El Señor les permitió contemplar mucha gloria en aquel monte. Aunque tardaron en comprender, lo que vieron acabó motivándolos a permanecer fieles al Señor durante los años de dificultades que siguieron (2 Pedro 1:16-18).
Nosotros no estuvimos en aquel monte, pero tenemos el relato inspirado. Que podamos vislumbrar la gloria que viene. Vivimos en un mundo que se opone al mensaje de la gracia y ridiculiza la idea de que el reino eterno de Cristo vendrá a esta tierra y, después, a una tierra nueva. Todos los creyentes estarán en ese reino. Contemplemos la gloria del monte y anhelemos ser hallados fieles a Él en medio de este mundo caído, para que también nosotros aparezcamos con Él en gran gloria y seamos recompensados por Él.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].


