Cuando leo el Antiguo Testamento, me gusta encontrar algo a lo que los escritores del Nuevo Testamento se refieran específicamente. Me encuentro a mí mismo leyendo y diciendo: “Esto me recuerda a algo que dijo Pablo. Me pregunto si tenía este pasaje en mente”.
A veces esas referencias son obvias. Por ejemplo, Pablo puede citar un versículo concreto del Antiguo Testamento, y así sabes que él lo tenía en mente. Otras veces, sin embargo, no hay una cita directa. Hace poco me encontré con una situación así mientras leía el libro de Jeremías.
En el libro de Jeremías, el profeta se dirige a una nación que pensaba que Dios no los juzgaría por sus pecados. Después de todo, eran su pueblo elegido. El templo de Dios estaba en medio de ellos, en su capital. Hacían sacrificios diarios a Dios en ese templo. Cuando Jeremías les dijo que los babilonios vendrían y destruirían su capital y el templo si no se arrepentían, se negaron a creerle, a pesar de que les repitió esto durante unos 40 años.
Los israelitas de la época de Jeremías pensaban de forma equivocada que Dios estaba complacido con ellos por sus rituales religiosos. Ellos llevaban a cabo estos rituales porque habían hecho un pacto con Dios. Como señal de ese pacto, los hombres eran circuncidados. Su circuncisión era otro ritual en el que confiaban. Desde su perspectiva, Dios nunca disciplinaría a una nación de hombres que habían sido circuncidados.
En cierto momento, Jeremías le dice al pueblo que lo realmente importante en su relación con Dios es que lo conozcan. Deberían ser una nación que entendiera su carácter. Era un Dios que tenía gracia, era justo y amaba la justicia (Jer 9:24). Ese era su Dios. Claramente, el clave era que debían buscar, ser y actuar de la misma manera.
Un tema importante del libro es que si no hacían lo que Dios les decía que hicieran, sus rituales religiosos carecían de sentido. ¿De qué servía que tuvieran el templo e incluso sacrificaran animales en él, si no practicaban la rectitud y la justicia? ¿Sus rituales los protegerían de la disciplina que Dios prometió que les enviaría si lo desobedecían? La respuesta de Jeremías fue un rotundo NO. Los rituales solo son buenos si reflejan un corazón que ama al Señor y una vida de obediencia a lo que Dios manda.
En Jeremías 9, el profeta aplica esto a la circuncisión. Les dice que llegará el día en que Dios castigue a los que están físicamente circuncidados, pero siguen sin circuncidarse internamente. Entonces les dice que todavía estaban incircuncisos en sus corazones, aunque habían pasado por el ritual. Sus actos de desobediencia mostraban que sus corazones no eran del agrado al Señor.
Esto debería haber sido obvio para ellos. Jeremías les recuerda que había naciones a su alrededor que también practicaban la circuncisión. Estas incluían a Egipto, Edom, Amón y Moab. Pero ellos no conocían a Dios. Se cortaban el cabello de una manera que mostraba su lealtad a otros dioses, aunque estaban circuncidados. ¿Su circuncisión los salvaría de su adoración a otros dioses? Por supuesto que no. ¿Qué hacía pensar a los israelitas que su circuncisión física complacería a Dios cuando lo desobedecían activamente (Jer 9:25-26)? De hecho, ellos también adoraban a otros dioses.
Pablo no cita estos versículos textualmente en Rom 2:25-29, pero los tenía en mente. Está hablando de cómo una persona es declarada justa ante Dios. Al dirigirse a los judíos de su tiempo, señala que muchos de ellos piensan que su circuncisión los marca como justos a los ojos de Dios. No obstante, la circuncisión física no significa nada si la persona no guarda la Ley. Tiene que haber una circuncisión del corazón.
En la discusión de Pablo, él señala que nadie guarda la Ley de Moisés. La única manera de ser justo ante Dios es por la fe solo en Cristo. La conclusión es esta: Los rituales religiosos no hacen a nadie aceptable ante Dios. Solo la fe en Cristo lo hace.
Jeremías tuvo que reprender a la gente de su tiempo por su confianza en las ceremonias religiosas. Se les aseguraba que tales cosas los protegían de la disciplina de Dios. Deberían haber practicado la circuncisión y ofrecido sacrificios porque amaban al Señor y querían agradarle.
Hoy en día, muchas personas también ponen su confianza en rituales religiosos tales como la asistencia a la iglesia, el diezmo, el bautismo, orar y la comunión. Ellos creen que, si pueden permanecer fieles en estos rituales hasta la muerte, entonces serán admitidos en el reino de Cristo. Pero esto no es correcto. Nadie ha sido jamás declarado justo ante Dios o ha recibido la vida eterna por haber practicado tales cosas. Servir en una iglesia, ofrendar al ministerio cristiano y el bautismo deben ser simplemente expresiones de un corazón agradecido en respuesta a la gracia de Dios. En Cristo, el creyente sabe que tiene la vida eterna como un regalo gratuito que nunca se puede perder (Juan 3:16; 5:24; 11:26). Cualquier ritual que consideremos importante no tiene nada que ver con eso.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].