Ralph Puckett era un conocido mío. Nadie nos habría llamado mejores amigos, pero de vez en cuando disfrutábamos, disfrutamos juntos del café durante el desayuno. También pasaba por mi oficina a veces para hablar sobre las cosas del ejército. Era oficial retirado del ejército y yo era capellán.
Ralph era unos 30 años mayor que yo, así que sirvió en una época diferente. Sabía que él había luchado en la guerra de Corea, y eso me interesaba porque yo había vivido en Corea durante dos años cuando era niño. Un día, otro soldado me contó que Ralph había hecho unas cosas sobresalientes durante esa guerra.
En noviembre de 1950, Ralph había liderado a un grupo de hombres en una peligrosa misión en la cima de una montaña. El enemigo los rodeaba, pero él se hizo visible deliberadamente para que le dispararan. Esto permitió a sus hombres saber dónde devolver el fuego. Durante dos días, el enemigo siendo numéricamente superior trató de ganar su posición. Para proteger a sus hombres, Ralph se expuso continuamente a los disparos de los norcoreanos, dirigiendo el fuego de las ametralladoras del enemigo hacia él. Fue herido dos veces, la segunda tan gravemente que no podía moverse. Entonces ordenó a sus hombres que lo dejaran atrás y se retiraran a un lugar seguro, ya que no quería que se ralentizaran al llevarlo. Temía que esto los expondría a un peligro mayor. Los hombres se retiraron pero desobedecieron su orden y lo arrastraron por la montaña con ellos.
Claramente, Ralph había salvado la vida de muchos de sus hombres. Cuando oí esa historia por primera vez, no entendí por qué sus hazañas de hace tantos años no eran conocidas más . Para tales obras de valentía, el ejército tiene una medalla llamada la Medalla de Honor. Con este premio el recipiente obtiene muchos honores, y siempre sentí que era injusto que Ralph no lo obtuviera.
Unos 20 años después de haber conocido a Ralph por primera vez, estaba viviendo en otro estado. Un día estaba mirando las noticias en la televisión y mostraban a un anciano recibiendo la Medalla de Honor del presidente Biden. Era Ralph Puckett. Tenía 94 años y tuvo que usar un andador para subir al escenario y recibir su medalla. Más de 70 años después de haber salvado la vida de sus hombres, la nación le estaba dando el honor que merecía.
Esto fue lo correcto, pero nos preguntamos por qué tomó tanto tiempo. Tal vez fue porque sus superiores en Corea no presentaron la documentación adecuada. Quizás entonces alguien estaba celoso de lo que hizo Ralph, y le impidió recibir tal reconocimiento. No conocía a Ralph lo suficiente como para preguntarle si estaba amargado por no haber recibido la medalla que había merecido en 1950. Me imagino que después de 70 años, simplemente podría haber sentido que el ejército había olvidado lo que él había hecho en esa colina en Corea hace tantos años.
La Biblia nos dice que como creyentes, somos soldados del Señor. Él nos pide que hagamos cosas a Su servicio, y promete honrar a los que le sirven fielmente. Muchas veces en el Nuevo Testamento, estos honores se describen como coronas.
Creo que es fácil para el creyente caer en la trampa de pensar que es como Ralph Puckett. Tal vez el creyente cree que nunca será honrado por lo que hace por el Señor, o, que tales obras serán olvidadas. Es cierto que con el paso del tiempo, a veces incluso décadas, las personas olvidan o creen que tales proezas no merecen nada especial. En un nivel subconsciente, las personas pueden incluso sentirse tentadas a pensar que Cristo tiene cosas más importantes de las que ocuparse que lo que hacemos con nuestras vidas.
Por supuesto, eso no es el caso. El autor de Hebreos les dice a sus lectores que “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra” que habían hecho por Él (Hebreos 6:10). Todo el libro de Hebreos trata de las recompensas y los honores en el futuro reino de Dios. Estos lectores habían sufrido por el Señor, y se les recuerda que Dios no se ha olvidado.
El papeleo no se ha perdido. Cualquier celo mezquino no impedirá que el Señor recompense a Sus hijos. Me alegró mucho ver que Ralph fuera honrado. Alguien recordó lo que había hecho y trató de corregir el mal que se le había hecho. Pero también fue un poco triste. Su medalla le debería haber sido dada por Harry Truman. A sus 94 años, no tiene mucho tiempo para disfrutar del honor que se le ha otorgado. También perdió unos setenta años al no ser reconocido por lo que había hecho.
¡Qué maravilloso darse cuenta de que no será así para los creyentes en el Tribunal de Cristo. El Señor no sólo recuerda, sino que las recompensas dadas en ese día se disfrutarán para siempre.
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Ken Yates (Maestría en Teología y Doctorado del Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].