En Lucas 9:49-50 encontramos un relato bastante extraño. Juan ve a un hombre echando fuera demonios en el nombre de Cristo y le dice que se detenga. Le comenta al Señor que hizo esto porque el hombre “no sigue con nosotros”. La palabra seguir es una palabra de discipulado. Aquel hombre no formaba parte del círculo íntimo de discípulos.
Esta conversación sigue inmediatamente a una disputa entre los discípulos acerca de quién de ellos sería el mayor (Lucas 9:46). El Señor les dice que, si quieren ser grandes, necesitan recibir, en el nombre de Cristo, a personas insignificantes, como el niño que usa como ejemplo.
Lucas quiere que conectemos estos dos relatos. Después de que Jesús dice a los discípulos que quienes reciben a personas insignificantes en Su nombre serán grandes en Su reino, el versículo 49 comienza: “Entonces respondiendo Juan, dijo”. De alguna manera, Juan está abordando lo que Jesús acaba de enseñar.
El hombre que echaba fuera demonios era una de esas personas insignificantes. Ni siquiera sabemos su nombre. Pero estaba sirviendo en el nombre de Cristo (v. 49). A los discípulos se les dijo que recibieran a personas como él “en mi nombre” (v. 48).
Juan y los otros discípulos estaban discutiendo cuál de ellos sería el mayor en el reino. Este hombre era el tipo de creyente al que necesitaban recibir si querían ser grandes. En cambio, le estaban prohibiendo hacer lo que hacía. Prohibirle que sirviera al Señor es lo opuesto a recibirlo en el nombre de Cristo.
Pero Cristo recibe a los creyentes que hacen Su obra, por insignificantes que parezcan. Cuando Jesús usó al niño como ilustración, lo tomó y “lo puso junto a sí” (v. 47). El niño estaba cerca del Señor. Cuando Jesús habló de aquel hombre, dijo que estaba “por nosotros” (v. 50). Era otra manera de decir que estaba al lado del Señor, haciendo Su obra.
Una de las lecciones principales de este incidente con el hombre desconocido es que, como creyentes, podemos enfocarnos en nosotros mismos. Los discípulos estaban preocupados por cuál de ellos sería el más grande. Si Juan entendió lo que el Señor estaba diciendo sobre servir a los insignificantes, sacó a colación al hombre desconocido porque buscaba aclaración. Seguramente, pensaba, el Señor no podía querer decir que Juan y los demás debían servir a esta persona desconocida que no formaba parte de su grupo.
Aquel hombre estaba siguiendo al Señor. Era un discípulo. Estaba al lado del Señor. En lugar de estorbarlo, debían haberlo animado.
Y aquí está la lección que podemos pasar por alto con facilidad: ellos querían ser grandes en el reino. Debían haber deseado que este hombre también fuera grande.
Como creyentes que entendemos la importancia de las recompensas, podemos perdernos este punto crucial. Desear ser grande en el reino de Cristo es un anhelo piadoso. Pero nuestra oración debería ser que los creyentes a nuestro alrededor también reinen con Cristo.
Como los discípulos, podemos enfocarnos en nuestro propio progreso individual y pasar por alto el bienestar de quienes nos rodean. Incluso podemos dañar el progreso espiritual de otros. En lugar de prohibirle a este hombre que sirviera al Señor, debieron haberlo recibido, así como Cristo recibió al niño y al hombre.
Oremos por los creyentes en nuestras vidas, para que ellos sean grandes en el reino de Dios. Luego, hagamos todo lo que podamos para que eso se haga realidad. Cuando el Señor venga, Él recompensará tal actitud.


