Aquellos que se oponen a la Teología de la Gracia Gratuita a menudo dicen que no enfatiza de manera adecuada la pecaminosidad del incrédulo. Se nos dice que cuando evangelizamos, no es suficiente decirles a los no creyentes que Jesús les ofrece vida eterna si creen en Él. El no creyente primero debe “admitir que es un pecador”. A veces se nos dice que debe arrepentirse de esos pecados. Es común escuchar que el no creyente debe confesar sus pecados y sentir pesar por ellos.
Recuerdo que, en el pasado, me pidieron predicar sermones más de ” fuego y azufre”. Esto era otra manera de decir que no enfatizaba suficientemente la necesidad de que los incrédulos que escuchaban mi enseñanza se dieran cuenta de que eran viles pecadores, y que estaban en peligro de ir al infierno por ese pecado. El no cristiano necesita ver la profundidad de su pecado y tener miedo del infierno.
¿Puede un incrédulo ser salvo del lago de fuego sin entender la gravedad de su pecado? Relacionado con esto está la necesidad de que vea la santidad de Dios. Se nos dice que, sin entender cómo ha ofendido esa santidad, no puede ser salvo. Por supuesto, antes de experimentar esta salvación, debe apartarse de esos pecados.
Recientemente escuché a un popular orador abordar este tema. Estaba apenado porque, en su opinión, la mayoría de los evangelistas modernos han sido negligentes al señalar cuán pecador es el incrédulo. Dijo que muchos afirman ser cristianos, pero no lo son porque nunca reconocieron que eran pecadores en peligro de ir al infierno. No estaban apartándose de sus pecados para evitar los terrores del lago de fuego. Este orador anhelaba los buenos viejos tiempos, cuando los evangelistas enfatizaban lo que los incrédulos necesitaban saber y hacer. La fe no era suficiente.
Dio un ejemplo de un evangelista de antaño que, en su opinión, señalaba adecuadamente el pecado de quienes lo escuchaban. Una mujer llamó a este evangelista —que vivió en otra época— y le dijo que estaba preocupada por el alma de su esposo. Quería que hablara con su esposo. El evangelista estaba encantado de hacerlo.
Mientras hablaba con el hombre sobre su pecado, el hombre cayó en un terrible estado de miedo. Salió corriendo de la habitación y se agarró a una columna que había fuera de la casa, con la esperanza de evitar caer en el infierno. Estaba aterrorizado y clamaba por cualquier cosa que pudiera salvarlo de su destino.
La esposa del hombre estaba terriblemente preocupada por su esposo. Le preguntó al evangelista si podía ayudarlo. Él dijo que su esposo necesitaba ser dejado solo “para cocinarse”. Su punto era que lo mejor para el hombre aterrorizado era “cocinarse” en el terror que estaba sintiendo. Solo entonces huiría de ese pecado y pediría perdón.
Soy un cínico y tengo serias dudas de que esa sea una historia verdadera. Tal vez me siento así porque tengo la esperanza de que nunca haya sucedido. Sé que muchos la escucharán y pensarán, “Necesitamos más de eso”. Pero espero que cualquiera que lea este blog la reconozca como una historia horrible.
Esta historia no tiene absolutamente nada en común con cómo el Señor evangelizaba a los incrédulos. Solo necesitamos ver a Nicodemo, la mujer samaritana en el pozo, o la conversación de Cristo con Marta sobre lo que resultaría en la salvación eterna (Juan 3:1-16; 4:10, 14; 11:25-26, respectivamente). La fe en Su promesa de vida eterna es lo que Él buscaba. Es simplemente imposible imaginar que Él dijera que la mujer samaritana en el pozo necesitaba “cocinarse en los jugos del terror” durante cierto tiempo antes de hablarle de Su gracia y del don que tenía para ella.
Lo mismo es cierto respecto a los mensajes evangelísticos en el Libro de los Hechos. ¿Cómo compararíamos la conversación de Felipe con el eunuco etíope en Hechos 8 o la de Pablo con el carcelero filipense en Hechos 16, con la historia del hombre aferrado a la columna? Cualquier observador imparcial verá inmediatamente que no hay ninguna similitud.
No tengo dudas de que algunos no cristianos miran sus vidas y ven cuán pecadores son. Tampoco tengo dudas de que algunos de ellos temen el infierno debido a ese pecado. Esto podría causar que algunos busquen liberarse de ese terror.
Otros, sin embargo, no recorren ese camino. Los ejemplos de evangelismo en el Evangelio de Juan y en Hechos son pruebas de ello. Cualquiera que sea la experiencia que tengan diferentes incrédulos, todos tienen algo en común. Reciben la vida eterna cuando creen que la reciben como un regalo gratuito solo por la fe en Cristo.
No necesitan primero “cocinarse en una olla de terror”.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].