Hace poco vi un video que estoy seguro de que muchos de vosotros también visteis. Una joven madre empujaba a su bebé en un cochecito por una calle de una gran ciudad de Estados Unidos. El conductor de un coche se desvió a propósito para atropellar a la mujer y a su bebé. No se pudo ver al bebé, pero sí a la madre, que salió despedida por los aires y se estrelló contra la acera. El coche fue empujado contra un muro de ladrillos y luego se desplomó en el suelo.
Fue horrible. Pero lo que ocurrió a continuación fue, en cierto sentido, asombroso. Uno se preguntaba si la madre iba a sobrevivir, pero rápidamente se levantó de un salto y corrió hacia el cochecito. No tuvo ni un segundo para comprobar sus propias heridas. ¿Se había roto algún hueso? En su enfado, ¿no quería saber el número de matrícula de la persona que les había hecho esto a ella y a su bebé? Esas cosas no importaban. Su única preocupación era llegar hasta su hijo y asegurarse de que estaba bien. Si no lo estaba, haría lo que fuera necesario para que recibiera los cuidados que precisaba. Ni siquiera pensó en su propio estado. Estaba claro que, mientras siguiera viva, si era necesario, saltaría y correría con las dos piernas rotas para cuidar de ese niño. Su adrenalina lo haría posible. En este caso, por suerte, el bebé no sufrió lesiones importantes.
Fue asombroso. Sus acciones fueron realmente increíbles. Pero en otro sentido, nadie que viera ese vídeo se sorprendió. Todos hemos visto el amor de una madre en acción. Todos sabemos que una mujer de 50 kilos lucharía contra el campeón del mundo de los pesos pesados si amenazara a su hijo. Moriría literalmente si pensara que su bebé está en peligro. Incluso tenemos una frase para eso: “No te metas con una mamá osa”. Esto es cierto incluso si la osa es de talla 2.
El profeta Isaías habla de esta verdad prácticamente universal. Dice: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti”. (Is 49:15). La respuesta esperada es: “Por supuesto que no”. Una mujer que no pone el cuidado de su hijo en primer lugar —por encima incluso de su propia vida y seguridad— es lo que sería antinatural. Sería algo muy extraño de ver.
Pero lo mejor es lo que Isaías dice a continuación. Afirma que, aunque viéramos a una madre indiferente, hay algo que nunca veremos. Dios nunca olvidará a sus hijos. Su amor por ellos es aún mayor que el amor de una madre por su hijo.
Hay algunas diferencias entre los hijos de Dios, los judíos, en Isaías (Jer 31:20) y el bebé del vídeo. El bebé no había hecho nada malo. Pero, aunque lo hubiera hecho, la madre habría respondido de la misma manera. Los judíos, en cambio, habían hecho algo malo. Fueron llevados al cautiverio por los babilonios a causa de su pecado. Estaban siendo disciplinados por su Padre celestial. En la analogía, merecían ser arrojados contra la pared de ladrillos. Ahora se quejaban de que Dios los había olvidado y que no le importaban. Pero eso no era verdad. Dios los traería de vuelta de ese cautiverio. Aún más, Él enviaría al Cristo y exaltaría a la nación en Su reino venidero. Como el amor de una madre por su hijo, Su amor por ellos permaneció.
Como creyentes, los cristianos son hijos de Dios (1 Juan 3:1). Incluso cuando hacemos el mal, Su amor por nosotros no cambia. Me encanta la forma en que actuó esa madre. No es muy varonil decirlo, pero es cierto: es una imagen del cuidado, la compasión y el amor del Señor por mí. Como hijo suyo, soy como el bebé en aquel cochecito. Puede que no entienda por qué ocurre algo. O, como Israel, puede que incluso provoque calamidades en mi vida con mis acciones. Pero sé que Aquel que controla el cochecito tiene mis mejores intereses en su corazón. Él vendrá en mi ayuda. Él me ama.
Podemos observar desde lejos y maravillarnos del amor que siente una madre por su hijo. Maravillémonos también del gran amor que Dios nos tiene.
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Ken Yates (Maestría en Teología, Doctorado, Seminario Teológico de Dallas) es editor de Journal of the Grace Evangelical Society. Es orador internacional y de la costa este estadounidense de GES. Su libro más reciente es Hebrews: Partners With Christ [Hebreos: Copartícipes de Cristo].