Durante la guerra de Vietnam, un suboficial de la Marina llamado Doug Hegdahl cayó accidentalmente de su barco el 6 de abril de 1967 y fue capturado por los norvietnamitas. Fue retenido como prisionero de guerra en la prisión Hanoi Hilton, famosa por su brutalidad y pésimas condiciones de vida. Su historia aparentemente absurda de haber caído de su barco fue al principio recibida con incredulidad por los vietnamitas. Sin embargo, Hegdahl siguió con la historia y actuó como si fuera incompetente. Fingió ser analfabeto y, sumado a su juventud y constitución enclenque, convenció a los vietnamitas de que tenía poca inteligencia y no representaba amenaza alguna. Lo apodaron “el increíblemente estúpido”. Debido a su bajo rango y supuesta falta de inteligencia, le dieron más libertad que a otros prisioneros, permitiéndole moverse y barrer mientras ellos dormían. Gracias a su actuación, pudo poner piedras y tierra en los vehículos vietnamitas, destruyendo muchos de ellos.
En cierto momento, Hegdahl compartió habitación con el teniente comandante Richard Stratton, y se hicieron muy amigos. En una conversación, el oficial le dijo algo que lo impactó profundamente:
“¿Qué haces cuando pierdes tu arma? Te conviertes en capellán o en oficial de inteligencia”.
Este sabio consejo fue algo que el suboficial tomó muy en serio. Después de haber estado en prisión por más de dos años, los norvietnamitas lo liberaron como parte de una estrategia propagandística. Como Hegdahl era de bajo rango y considerado increíblemente estúpido, para ellos fue un buen intercambio. Sin embargo, lo que no sabían era que estaban liberando a un directorio andante de los prisioneros que aún tenían bajo custodia. Con la ayuda de sus compañeros oficiales y siguiendo el consejo de Stratton, Hegdahl había memorizado durante su tiempo en prisión los nombres y la información personal —incluyendo números de seguro social y nombres de familiares— de más de 250 compañeros de armas. Lo hizo todo al ritmo de la canción infantil “El viejo MacDonald tenía una granja”, y años después todavía podía recitar la información con esa melodía. Sin un arma, el joven suboficial usó lo que tenía y se convirtió en un prolífico oficial de inteligencia.
Gracias a sus esfuerzos, transmitió a Estados Unidos información acumulada durante años. Las familias que habían vivido sin noticias de sus seres queridos finalmente supieron con certeza que aún estaban vivos. Con la información de Hegdahl, Estados Unidos pudo presionar a los norvietnamitas para que proporcionaran mejores condiciones de vida a los prisioneros y, finalmente, organizar el retorno seguro de 256 de ellos antes de que terminara el conflicto.
Hegdahl ilustra un poderoso principio bíblico: cualquiera puede ser útil, sin importar las circunstancias. En GES a menudo escuchamos a nuestros amigos decir lo limitados que se sienten. Uno de los grandes retos que mencionan es que no tienen iglesias de Gracia Gratuita en su zona. Tal vez su salud les impide asistir a una iglesia o servir de manera más activa físicamente. Los sentimientos de insuficiencia, la falta de recursos o de tiempo hacen que muchos creyentes se sientan impotentes. Los pastores y diáconos parecen tener más rango que ellos, o quizá, debido a algún tropiezo en su pasado, se sienten avergonzados e insignificantes. Ven la guerra espiritual librándose por otros, pero se sienten atrapados como prisioneros de guerra espiritual por circunstancias fuera de su control. ¿Cómo responder?
Las palabras de Stratton a Hegdahl siguen siendo ciertas: puede que no tengas un arma, pero siempre puedes servir como capellán o como oficial de inteligencia. Me vienen a la mente las palabras de otro prisionero de guerra:
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra…” (Filipenses 1:21-22a)
Escribiendo estas palabras mientras estaba en prisión, el apóstol Pablo sabía que aun encadenado podía dar fruto en su labor. Sabía que había recompensa para el soldado fiel que sufre por el Señor (2 Timoteo 2:3-4). Como Hegdahl, no dejó que sus circunstancias le impidieran buscar oportunidades para servir, ya fuera testificando a los soldados (Filipenses 1:13) o escribiendo cartas a las iglesias. El apóstol entendió que sus circunstancias nunca le impedían servir al Señor. La realidad es que todos tenemos limitaciones, pero ninguna es tan paralizante como una mentalidad derrotista (Mateo 25:24-29). Si seguimos el ejemplo de Hegdahl, veremos el valor de una mentalidad de servicio. A pesar de estar en prisión, de su bajo rango y de su vergonzosa caída al océano, buscó maneras de servir sin importar sus limitaciones. No tenía un arma, pero tenía memoria y, más importante aún, el deseo de ayudar a sus compañeros de armas. Si un solo prisionero pudo lograr tanto con “El viejo MacDonald tenía una granja”, ¿cuánto más puede hacer el Señor con un soldado cristiano dispuesto?
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Kathryn Wright tiene una maestría en Estudios Cristianos del Seminario Luther Rice. Ella coordina nuestros viajes misioneros a corto plazo, y también enseña ella misma. Adicionalmente, habla y enseña en conferencias de mujeres, conduce estudios bíblicos y contribuye regularmente a nuestro blog y a nuestra revista. Kathryn y su esposo Dewey viven en Columbia, Carolina del Sur.

