En un podcast reciente, escuché a un predicador decir que el nombre de Saulo de Tarso fue cambiado a Pablo después de su conversión. Continuó describiendo el milagro de la transformación que ocurrió en la vida de Pablo, diciendo que, debido a esta transformación, el apóstol recibió un nuevo nombre del Señor. El predicador asoció la salvación con un marcado cambio externo en el comportamiento de una persona. A menudo se considera necesaria una prueba externa para validar el nacimiento interior. Algunos incluso cambian su nombre después de ser salvos para indicar este cambio.
Esta visión representa una interpretación errónea que ha persistido durante mucho tiempo en la iglesia contemporánea, tristemente perpetuada por maestros de la Biblia como el predicador de dicho pódcast. En realidad, la verdad sobre el cambio de nombre de Pablo no tiene nada de milagroso. De hecho, no hubo un cambio en absoluto. Estoy seguro de que muchos lectores de este blog ya saben que Saulo era su nombre hebreo, mientras que Pablo era su nombre romano o latino. Se le conocía indistintamente por ambos nombres, tanto antes como después de su salvación. También hay que señalar que la afirmación de que Dios le dio este nuevo nombre es pura ficción. En ningún momento la Biblia menciona que el Señor asignara un nuevo nombre al apóstol.
Sin embargo, esta interpretación incorrecta se ha vuelto popular y afecta la forma en que algunos interpretan el uso de nombres en la Biblia, los cuales a menudo son considerados como pruebas de salvación. La fe se considera una validación insuficiente de la salvación. Debido a este malentendido, pasajes enteros han sido mal interpretados y mal aplicados.
Por ejemplo, este concepto erróneo se aplica a un pasaje sobre el patriarca Jacob. En Génesis 32, Jacob lucha con el Ángel del Señor, que era el Cristo preencarnado. Después de luchar toda la noche, Jacob es bendecido y recibe un nuevo nombre, Israel. Este encuentro se ve a menudo como la experiencia de salvación del patriarca. Los maestros del señorío sostienen que la lucha de Jacob y su entrega final al Señor indican su “rendición” al señorío de Cristo, necesaria para obtener la salvación eterna. Su nuevo nombre es visto como la prueba externa de la transformación interna de su nacimiento espiritual.
Hay muchos problemas con esta interpretación, el principal es que la salvación es solo por la fe y no por rendirse al Señor o luchar con Él. Esta es una interpretación de la salvación eterna basada en las obras y por lo tanto debe ser rechazada. Este es en realidad un pasaje sobre la santificación de Jacob. Bob Wilkin escribió recientemente sobre este tema en un blog, que puedes consultar aquí.
En cuanto al cambio de nombre, este nuevo nombre se utilizará para distinguir a los descendientes del patriarca y por lo tanto tiene un énfasis más amplio, corporativo, relativo a la nación elegida del Señor. Esto es respaldado por otro cambio de nombre que ocurre en el libro de Génesis. Abram recibió un nuevo nombre en Genesis 17:5, 15. Abraham fue justificado por la fe en el capítulo 15, pero no recibió un nuevo nombre hasta muchos años después. Obviamente, el cambio de nombre de Abraham no fue indicativo de su regeneración. El cambio de nombre es significativo como una señal del pacto que el Señor hizo con Abraham. El nombre Abraham significa “padre de una multitud”, e indicaba la promesa segura del Señor. Abraham tendría un heredero, y a través de ese heredero nacería una gran nación. Lo mismo puede decirse de Jacob, ya que la nación se llamaría Israel. También hay que señalar que los dos nombres —Jacob e Israel— se usan indistintamente para el patriarca después de Génesis 32.
Si el cambio de nombre indicara la regeneración del hombre, entonces no cabría esperar que el Señor volviera a referirse a él como Jacob. Sin embargo, el Señor se refiere a Jacob por ese nombre muchas veces. Por ejemplo, el Señor se refiere a él de ese modo en la zarza ardiente (Éxodo 3:14-16), siglos después de que Jacob luchara con el Señor en Peniel. También se utiliza en el Nuevo Testamento (Mateo 22:31-32) y en todo el Antiguo Testamento. En los ejemplos de Abraham y Jacob, sus nuevos nombres eran indicativos de su papel como patriarcas de la nación y de sus pactos con el Señor. Ninguno de ellos trata de la regeneración.
A primera vista, esto puede parecer un asunto de poca importancia. Ciertamente, los creyentes son transformados en el momento de la fe, habiendo nacido de nuevo en la familia de Dios. Un nuevo nombre puede ser una forma de reflejar esta condición. Sin embargo, si los estudiosos de la Biblia asocian los nuevos nombres con una prueba de regeneración, puede dar lugar a una interpretación errónea del texto e incluso a un malentendido del mensaje de salvación. Jacob no se salvó porque luchara con el Señor, entregara su vida o recibiera un nuevo nombre. Se salvó de la misma manera que su abuelo, solo por la fe en el Mesías venidero para vida eterna (Genesis 15:6, Romanos 4:1-4).