Siempre que oigo decir que el arrepentimiento es una condición para la salvación eterna, pienso en San Sisoes el Grande (m. 429). Sisoes fue uno de los primeros grandes monásticos, sucesor de San Antonio, que vivió en lo profundo del desierto de Scetis, en una zona conocida hoy como Uadi Natrun. Pienso en Sisoes debido a la historia que se cuenta sobre su muerte.
Se dice que mientras Sisoes yacía en su lecho de muerte rodeado de sus discípulos, su rostro comenzó a brillar como el sol, y parecía como si estuviera hablando con alguien en una visión. Los discípulos le preguntaron a quién le estaba hablando, y el gran monje les explicó que los ángeles habían venido a por su alma, y que les rogaba que se quedaran un poco más para que él tuviera más tiempo para arrepentirse.
Esta admisión sorprendió a los discípulos. Veneraban a Sisoes como un hombre santo que había vivido una vida angelical. Sometiéndose a las formas más extremas de introspección espiritual, privación de sí mismo y sufrimiento físico y espiritual, había alcanzado la santidad. Así que naturalmente exclamaron: “¡Pero no tienes necesidad de arrepentirte, Padre!”
La famosa respuesta de Sisoes fue: “No sé en mi alma si ni siquiera he empezado a arrepentirme.”
Esta historia se cuenta como prueba de la gran humildad de Sisoes. ¡El hecho de que deseara vivir un poco más para arrepentirse prueba que era demasiado humilde para reconocer su propia santidad! Y a partir de otros varios detalles (¿espurios?) de la historia – incluyendo una aparición del propio Cristo que lleva a Sisoes al cielo, dejando atrás una cueva llena de una fragancia celestial – se supone que reconocemos que Sisoes realmente no necesitaba arrepentirse de nada, que a través de sus arduos esfuerzos, en cooperación con la energeia divina, había logrado verdaderamente la theosis (un término ortodoxo que engloba tanto la santificación como la glorificación, pero con un giro platónico).
Pero yo me tomo la historia de manera muy diferente.
Después de haberla despojado de sus elementos hagiográficos – sus visiones, voces inquietantes y luces místicas – lo que nos queda es un hombre moribundo que había pasado toda su vida intentando ganarse un lugar en el cielo, sólo para dudar, en sus últimos momentos, de si sus mejores esfuerzos por arrepentirse contaban siquiera como un comienzo digno.
Lo que ilustra esto es la enormidad, y la naturaleza esquiva del arrepentimiento.
Es esta enormidad y naturaleza esquiva lo que muchos predicadores no han podido entender. Algunos enseñan claramente que al final de nuestras vidas, debemos habernos arrepentido de todos nuestros pecados para ser salvos. Otros predican que, para ser salvos, el arrepentimiento puede y debe ocurrir de una sola vez, en conjunción con el momento de la fe en Cristo. Otros, más atentos a lo que implica el arrepentimiento, dudan en exigirlo para recibir la salvación eterna, pero sin embargo lo convierten en la condición para mantener nuestra salvación a lo largo de la vida.
En cualquier caso, ya sea que la salvación eterna dependa de un momento de arrepentimiento, o de su búsqueda durante toda la vida, sólo puedo imaginar que tales predicadores no entienden realmente lo que el arrepentimiento requiere de nosotros.
Sospecho que pocos evangélicos han intentado “arrepentirse” de sus pecados tanto como los antiguos monjes egipcios, tales como Sisoes. ¿Cuántos de nosotros hemos ayunado durante un día, o un mes, y mucho menos durante años? ¿Cuántos de nosotros hemos dado el diezmo fielmente, y mucho menos regalado todo lo que poseemos a los pobres? ¿Cuántos de nosotros hemos defendido a Cristo en el trabajo, y mucho menos hemos sido torturados por la fe? ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a apartar uno o dos momentos de devoción cada día, y mucho menos a disciplinar nuestros cuerpos hasta la muerte para alejar nuestras pasiones y lujurias? ¿Algún evangélico ha intentado ganarse un lugar en el cielo con más determinación? ¿Alguien se ha tomado el arrepentimiento tan en serio? Lo dudo.
Y sin embargo, ¿estos mismos predicadores afirman que debemos arrepentirnos antes de recibir la vida eterna?
Yo te pregunto: ¿Puedes arrepentirte en un momento? ¿Puedes arrepentirte lo suficientemente bien, profundamente, sinceramente y perfectamente para garantizar la entrada en el cielo?
Creo que no. La demanda de arrepentimiento es demasiado grande.
La historia de Sisoes ilustra el porqué. Si el arrepentimiento era la condición para la salvación eterna, ningún esfuerzo humano podría lograrlo. El arrepentimiento es la otra cara de la innegable demanda de cumplir la Ley. Se requiere que dejemos de hacer el mal. La otra requiere que sólo hagamos el bien. Ambas deben ser llevadas a cabo perfectamente. Y nadie ha logrado eso, excepto el mismo Cristo. ¡No es de extrañar que Sisoes llegara al final de su vida sin saber si había empezado a arrepentirse! ¡Era una exigencia imposible de cumplir! En sus últimos momentos, estuvo plagado de incertidumbre. ¿Había hecho suficiente?
Es precisamente la monstruosa incertidumbre creada por intentar ganarse un lugar en el cielo la que viene contestada por la buena noticia del evangelio. No necesitamos vivir una vida de perfecta restricción del mal, o de perfecta realización del bien, para ser salvados. La única condición para recibir la vida eterna es la fe en Jesús. Es decir, la fe en su promesa de dar la vida eterna a todo el que crea en él para ella (Juan 3:16, 36; 6:47). ¡Alabado sea Él!
_______________________
Shawn Lazar es el Editor de la revista Gracia en el Enfoque, y es el Director de Publicaciones para la Sociedad Evangélica de la Gracia (Grace Evangelical Society). Él y su esposa Abby tienen tres niños. Es pastor bautista ordenado. Tiene el Bachillerato en Teología de la McGill University y Maestría de la Free University of Amsterdam. Ha escrito dos libros: Beyond Doubt: How to Be Sure of Your Salvation [Más allá de la duda: cómo estar seguro de su salvación] y Chosen to Serve: Why Divine Election Is to Service, Not to Eternal Life [Elegido para servir: por qué la elección divina es al servicio, no a la salvación eterna].