Esta es la traducción del capítulo del libro de Zane Hodges Absolutely Free (Absolutamente gratuita) que trata el tema del arrepentimiento en el contexto del mensaje salvador. Puedes consultar la parte 4 aquí.
Dispuesto a creer
Podemos ver, entonces, cómo Dios puede usar el arrepentimiento para atraer a los hombres a la fe salvadora en Cristo. Pero no necesita hacerlo. En cambio, puede utilizar la gratitud.
El ciego de nacimiento que fue sanado por nuestro Señor (Juan 9) es un ejemplo clásico. Nuestro Señor específicamente disocia la condición de ese hombre de cualquier pecado por parte de él o de sus padres (vv. 2-3). Ni una sola vez en su propia interacción con este hombre insinúa nuestro Señor que está preocupado por el pecado del hombre. En contraste, los fariseos legalistas e incrédulos lo acusan duramente (v. 34). Pero cuando el ciego se encuentra nuevamente con el Salvador, el único asunto entre ellos es la fe: le dijo: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?” (v. 35). El ciego responde: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?” (v. 36).
“Solo necesito información,” dice este hombre, “estoy dispuesto a creer si me dices quién es esa Persona.”
La respuesta de nuestro Señor es reveladora: “Pues le has visto, y el que habla contigo, él es” (Juan 9:37).
La respuesta del ciego es inmediata: “Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró” (v. 38).
Sería una verdadera casuística teológica hallar el arrepentimiento en una historia cómo está. Simplemente no está ahí.
A diferencia del hijo pródigo que fue atraído de nuevo hacía su padre por su propia vida vacía en el país lejano, el ciego es atraído a Jesús por pura gratitud. Aquí estaba el hombre que había abierto sus ojos. Estaba tan dispuesto a creer como podría estar una persona.
Y cuando uno está dispuesto a creer, puede hacerlo de inmediato. No hay necesidad de predicar el arrepentimiento a tal persona en ese momento. Como el ex ciego, se les debería invitar a creer en ese mismo momento.
Pero tan seguramente como Dios puede usar la gratitud para llevarnos a la fe, también puede usar el temor. Así, de hecho era su método con el carcelero filipense. Aterrado por luna obvia intervención divina en su prisión, alterado sin duda por su propio roce cercano con la muerte (Hechos 16:27-29), el carcelero está dispuesto—incluso ansioso—de ser salvo. Todo lo que necesita que le digan, entonces, es que crea.
O también, Dios puede utilizar la insatisfacción interna—nuestra propia sed interna—para llevarnos a la fe en Cristo.
Eso es lo que hizo con la mujer junto al pozo en Sicar, cuya vida había sido marcada por una ronda de matrimonios infelices (Juan 4:17-18).
Jesús le dijo:
“Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10).
“Tienes sed,” Jesús está diciendo, “tanto sed, de hecho, que si solo conocieras quién soy, y el tipo de agua que puedo darte, ya se lo habrías pedido. ¡Así de sedienta estás!”
Ni una palabra a esa mujer—¡ni una sílaba!—acerca del arrepentimiento. Ni siquiera se le pide que abandone su actual relación ilícita (Juan 4:18). ¿Por qué? ¿A Jesús no le importaba eso? Por supuesto, a él le importaba cómo vivía esa mujer. Pero esa no era la cuestión en ese momento especificó. En ese momento, la cuestión era la vida eterna.
El arrepentimiento podría venir después—para esta mujer, para el carcelero filipense, para el ciego de nacimiento. Si ellos experimentaran la comunión con su Padre Celestial, tendría que venir no una vez, sino muchas veces. El arrepentimiento era indispensable para una vida cristiana eficaz.
Pero no era una condición para obtener la vida eterna.
Debemos tener cuidado en tratar de confinar a Dios a una “caja” de nuestra propia invención. Indudablemente, Dios salva a todo hombre y mujer de la misma manera—solo por la fe. Pero sus métodos para llevar a las personas al momento de la fe son muchos y variados.
Dios puede usar el arrepentimiento. Pero también puede utilizar la gratitud, o el temor, o la insatisfacción, o cualquier cantidad de otros poderosos incentivos. Dios es soberano. Trabaja con cada alma precisamente cómo lo ordena su propia sabiduría. Pero las palabras de invitación quedan irrevocablemente ciertas:
“Y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap 22:17).
Dios tiene una sola forma de dar esta agua. La da gratuitamente. Pero tiene muchas formas de hacer que la gente desee el agua que él da.
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Zane Hodges enseñó el Nuevo Testamento y Exégesis in el Seminario Teológico de Dallas