Esta es la traducción del capítulo del libro de Zane Hodges Absolutely Free (Absolutamente gratuita) que trata el tema del arrepentimiento en el contexto del mensaje salvador. Puedes consultar la parte 3 aquí.
El arrepentimiento en Hechos
En su obra de dos volúmenes, a veces denominada Hechos-Lucas, Lucas ha optado por subrayar el tema de la armonía entre Dios y el hombre. Pero es evidente que Lucas escribía para un público cristiano tal y como sugiere su prólogo a Teófilo (Lucas 1:1-4). Por tanto, su tema lo elige en beneficio de los cristianos.
El tema de la armonía —comunión— con Dios era apropiado para que Lucas lo enfatizara, especialmente para los lectores creyentes del primer siglo. Porque uno de los temas candentes de la época de Lucas era la cuestión de la comunión en la mesa entre cristianos judíos y gentiles. Lo difícil que podía llegar a ser esta cuestión se refleja claramente en Gálatas 2:11-21, donde Pablo tuvo que defender en solitario el derecho de los gentiles a comer en la misma mesa que los judíos.
Pero obviamente, si Dios Padre mismo podía tener comunión con los pecadores arrepentidos, también podía hacerlo cualquier creyente judío. Y esto podía hacerse incluso si el pecador arrepentido era un gentil.
¡Como Cornelio! De hecho, hay un cierto sentido en el cual Cornelio es el “hijo pródigo” del libro de los Hechos. Es importante observar, por tanto, que la narración de Lucas en Hechos acerca de Cornelio desempeña un papel muy parecido al de la historia del hijo pródigo en el evangelio de Lucas. Y así como el autor destaca la experiencia del pródigo, también destaca la experiencia de Cornelio. Porque la historia del hijo pródigo es, con mucho, la más larga de las tres parábolas sobre el arrepentimiento en el capítulo 15 de Lucas, y es una de las historias más largas de todo el tercer evangelio. La historia de Cornelio es también una de las más largas del libro de los Hechos.
Y aquí también nos encontramos con el tema de la comunión en la mesa. En efecto, cuando el apóstol Pedro subió a Jerusalén después de su encuentro con Cornelio, se encontró con una tormenta de críticas. Así se nos dice:
Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?” (Hechos 11:2-3, cursiva añadida).
¿Te suena esto familiar? Esta era precisamente la crítica que los escribas y fariseos hacían sobre el propio Jesús. También era el espíritu del hermano mayor del hijo pródigo. De hecho, en la parte final de la narración de nuestro Señor en el capítulo 15 de Lucas, el padre del chico arrepentido se dirige al hermano mayor para invitarle al banquete que se celebra dentro.
Pero el hermano mayor, sintiéndose justo, rechaza groseramente la oportunidad de tener comunión con su padre y con su hermano menor. Sus palabras de indignación son:
“He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.” (Lucas 15:29-30, cursiva añadida).
“¿Cómo has podido hacer esto?” Se queja el hermano mayor con hosquedad. “¿Cómo puedes hacer una gran fiesta para este hermano mío despilfarrador?”.
¿Cómo? Porque Dios desea la comunión con los pecadores arrepentidos. Y lo desea incluso si esos pecadores son gentiles como Cornelio.
No es de extrañar, entonces, que cuando Pedro terminó su relato sobre la aceptación de Cornelio y de los amigos de Cornelio por parte de Dios, a los críticos se les cerró la boca. Y así leemos:
Cuando oyeron estas cosas, callaron; y glorificaron a Dios, diciendo: “Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:18, cursiva añadida).
“¡Arrepentimiento para [o hacia] la vida!” Arrepentimiento que llevó a la vida: tal fue la experiencia verdadera de Cornelio.
Que estas palabras no sean malinterpretadas. Enfáticamente no dicen, “arrepentimiento para la vida eterna“. Por el contrario, son el reflejo de ese “llegar a la vida” que es siempre el resultado final del arrepentimiento, ya sea el arrepentimiento de un cristiano o el arrepentimiento de los no salvos.
Porque incluso a los cristianos, Pablo podría decir: “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” (Rom 8:13, cursiva añadida).
O, para decirlo con las palabras del padre del hijo pródigo, “ Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.” (Lucas 15:32, cursiva añadida).
La verdad que encierra esta declaración es profunda. Tanto si se trata de un cristiano como de un no-cristiano que se extravía en el pecado, esa persona es una oveja perdida y descarriada, apartada de la experiencia de la vida real que sólo puede “saborearse” y disfrutarse en la presencia de Dios mismo —en comunión con Él. Estas palabras de Nygren son especialmente apropiadas:
Así que hay dos maneras diferentes de vivir. El hombre puede “vivir según la carne” o “vivir según el Espíritu”. En cuanto a la primera manera de vivir, hay que decir que no es realmente vida. Por el contrario, en su naturaleza básica es todo lo contrario. Por eso, Pablo dice: “Si vivís según la carne, moriréis” [cursiva en el original].
Poco después de estas palabras, aludiendo a Romanos 8:10, “Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado”, Nygren escribe: “Con su ‘cuerpo mortal’ el cristiano vive en un orden donde reina la muerte. Es aquí —en su cuerpo mortal— donde el cristiano debe llevar a cabo su batalla contra la carne y la muerte”. El pecado, pues, implica una experiencia que no puede llamarse verdaderamente “vida”. Es, de hecho, una especie de “muerte”. Por tanto, todo arrepentimiento —ya sea del salvo o del no— es como un despertar de un estado de “muerte” a una experiencia de “vida” con Dios.
Así, arrepentirse es redescubrir nuestro rumbo y experimentar la verdadera “vida” en armonía con nuestro Hacedor. Pero el arrepentimiento no es el medio por el que adquirimos la vida eterna. El testimonio de Lucas sobre este punto es muy claro: “ y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos 13:48, cursiva añadida). Notemos que no es “se arrepintieron y creyeron“. Simplemente, “creyeron”.
¿Qué debo hacer para ser salvo? La respuesta de Pablo y Silas es la respuesta de Lucas también: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). Y para ello, el arrepentimiento no es una condición. De hecho, Lucas nunca dice que el arrepentimiento sea una condición para la salvación, como tampoco lo dice el evangelista Juan. ¡La vida eterna es sólo por la fe —sola fide!
Por supuesto, Cornelio no era salvo cuando Pedro llegó a su casa. Pero el ángel le había prometido a Cornelio que Pedro “te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa.” (Hechos 11:14). Sin embargo, cuando Pedro llegó no predicó el arrepentimiento. ¿Por qué? Porque Cornelio necesitaba ser salvo. Ya se había arrepentido.
Nada es más evidente que este hecho. Cornelio se apartó de su paganismo para buscar al Dios de Israel. Para ello “ que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre” (Hechos 10:2). Se trataba nada más y nada menos de la búsqueda de Dios por parte de Cornelio y de unas relaciones armoniosas con su divino creador. Así, sus oraciones se dirigían al descubrimiento de cómo podría encontrar la verdadera paz con el Dios de Israel. La llegada de Pedro fue la respuesta a esas oraciones.
Este punto queda claro en las palabras que el propio Cornelio pronunció cuando llegó el Apóstol:
Y Cornelio dijo: “Hace cuatro días que a esta hora yo estaba en ayunas; y a la hora novena, mientras oraba en mi casa, vi que se puso delante de mí un varón con vestido resplandeciente, y dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios. Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobrenombre Pedro”. (Hechos 10:30-32, cursiva añadida).
“Tu oración ha sido oída”, anunció el mensajero.” él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa.” (Hechos 11:14).
¿Qué palabras eran esas? No eran palabras sobre el arrepentimiento. Mas bien, eran palabras sobre la fe. Así, Pedro dice a la multitud reunida en la casa de Cornelio “ De este dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.” (Hechos 10:43, cursiva añadida).
Los resultados fueron instantáneos. Apenas estas palabras salen de la boca de Pedro, se produce la salvación. El Espíritu Santo cae sobre sus oyentes creyentes (Hechos 10:44).
Ya hemos sugerido que Cornelio es el “hijo pródigo” del libro de los Hechos, y así es. Viviendo como vivía en la “provincia apartada” del paganismo gentil, este centurión —como el pródigo— “volvió en sí”. Decidió, por así decirlo, “volver a casa” con el Dios verdadero y vivo.
Al igual que un viaje separó al hijo pródigo de la finca de su padre, de la misma manera Cornelio emprendió un “viaje”. Este viaje llevó tiempo, pero Cornelio lo recorrió con limosnas, con oraciones y con ayuno. Y al final del camino hizo precisamente el mismo descubrimiento que hizo el niño pródigo descarriado: Encontró un Padre amoroso que lo aceptó libremente y que le cubrió de su amor derramando el don de su propio Espíritu Santo. Poco después, Cornelio fue bautizado y tuvo comunión no sólo con Dios, sino con el siervo de Dios, Pedro, a quien pidió “que se quedase unos días” (Hechos 10:48).
¿Quién puede negar que muchas personas encuentran a Cristo de esta manera? Como el hijo pródigo, y como el propio Cornelio, un día despiertan a su necesidad de Dios. En ese momento se arrepienten y comienzan a buscar a su Creador.
Quizás empiezan a ir a la iglesia. Quizás se dedican a orar y a leer la Biblia. Quizás empiezan a dar algo de su dinero a Dios. Tal vez traten de limpiar su estilo de vida. Estas personas están bajo el poder de atracción y convicción del Espíritu Santo de Dios. Pero no son salvas por ninguna de las cosas que hacen en su búsqueda de Dios. No son salvas por su arrepentimiento.
En cambio, en tales casos, su arrepentimiento las pone en el camino de regreso a Dios. Las mueve en la dirección correcta, pues los mueve a buscar la armonía con su Hacedor. Pero Dios siempre debe revelarse a esas personas. Y, de hecho, siempre lo hace, porque la Biblia declara: “que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
En algún lugar del camino de nuestra búsqueda, Dios se encuentra con el pecador arrepentido. Pero el darse a conocer de Dios es siempre la revelación de su amor pleno e incondicional para nosotros. Es siempre la revelación de un Padre amoroso que concede la salvación eterna, a todo aquel que lo desee, sobre el fundamento de la fe sola.
Por tanto, al final de la búsqueda, el pecador siempre se enfrenta a la sola fide divina.
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Zane Hodges enseñó el Nuevo Testamento y Exégesis in el Seminario Teológico de Dallas