Un extracto del libro Grace In Eclipse [Gracia en eclipse]
“Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido” (Marcos 10:28).
Mateo nos dice que Pedro continuaba,
“Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” (Mateo 19:27).
Era una pregunta razonable. Después de todo, Jesús le había ofrecido al joven rico tesoros en el cielo si lo dejaba todo. ¿Esta promesa se aplicaba a los discípulos también?
Sin duda existe la tentación de censurar a Pedro por codicia. Pero, ¿por qué? A los discípulos ya se les había enseñado específicamente a acumular riquezas eternas (Mt 6:19-21; Lc 12:32-34). No es egoísta interesarse en los asuntos por los cuales Jesús mismo nos ha mandado preocuparse. No está mal buscar lo que Él nos ha dicho que busquemos.
De hecho, está mal no hacerlo. Es un pecado negarse a acumular riquezas celestiales cuando se nos manda explícitamente que lo hagamos. Es más, si no lo hacemos, los efectos en nuestros corazón serán calamitosos. Porque donde esté nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón.
El corazón del joven rico estaba en la tierra. La idea de perder sus tesoros terrenales lo entristeció. Pero Pedro y los otros discípulos habían abandonado todo por Jesús. Era natural que estuvieran curiosos sobre su recompensa eterna.
La respuesta de nuestro Señor sobre esta pregunta es memorable:
“De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Marcos 10:29-30).
La respuesta era profunda , emocionante y aleccionadora. Había compensaciones para experimentar en la era presente, junto con sus problemas, y también había compensación en la era venidera…
Pero si la obediencia a Jesús enriquece la suerte temporal del hombre, también enriquece la eterna. Y en este caso, la recompensa era…”la vida eterna.”
Sí, una recompensa, claramente presentada como tal. Pero una recompensa perteneciente a la era futura, no la presente.
Y así, la teología judía tenía razón, al menos en parte. En un día futuro, la vida eterna se otorgaría sobre una base meritoria. Sin embargo, lo que esa teología no percibió fue que, para que tal recompensa esté al alcance del hombre, primero debe recibir la vida eterna como un regalo.
La vida eterna no es una entidad estática, no es un mero objeto fijo e inmutable. La vida eterna es la misma vida de Dios y, como tal, su potencial no tiene límites. ¿No había afirmado Jesús lo siguiente?:
“yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10, énfasis añadido).
Sin duda, en este versículo, Jesús estaba hablando sobre la vida en la experiencia de la resurrección. Esa experiencia indudablemente sería más abundante simplemente porque la vida de la resurrección es necesariamente más plena que cualquier experiencia presente. Por lo tanto, el Evangelio de Juan enfatiza el vínculo entre la vida ahora y la resurrección venidera (Juan 6:39-40; 11:25-26).
Las posibilidades de tal futura vida son tan infinitas como la vida misma. Pero para recibir el enriquecimiento en esa vida futura como recompensa, primero hay que obtenerlo como regalo por la fe en Jesús.
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Zane Hodges enseñó el Nuevo Testamento y Exégesis in el Seminario Teológico de Dallas