Esta es la traducción del capítulo del libro de Zane Hodges Absolutely Free (Absolutamente gratuita) que trata el tema del arrepentimiento en el contexto del mensaje salvador. Puedes consultar la parte 2 aquí.
El arrepentimiento en el Evangelio de Lucas
En contraste con el evangelio de Juan, sin embargo, están los dos libros escritos por Lucas. De las casi sesenta veces que aparece el nombre o el verbo para el arrepentimiento en el Nuevo Testamento, veinticinco de ellas se encuentran o en el evangelio de Lucas o en el libro de los Hechos.
El arrepentimiento, por tanto, es un tema que el tercer evangelista destaca especialmente.
Si por el momento pasamos por alto las referencias de Lucas a este tema en la predicación de Juan el Bautista (Lucas 3:3, 8; Hechos 13:24; 19:4), llegamos a la primera mención del arrepentimiento en el ministerio de Jesús (Lucas 5:32), donde se encuentra la sorprendente acusación de que ¡Jesús tiene comunión con los pecadores!
En su narración, Lucas nos dice que, en el banquete de Leví para nuestro Señor, los escribas y fariseos se quejaron a sus discípulos. Y dijeron: “¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” (Lucas 5:30, cursiva añadida). Pero, por supuesto, la acusación se dirigía realmente a Jesús. ¿Por qué comía y bebía con esa gente? La respuesta del Salvador es conocida y muy estimada:
“Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar [invitar] a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” (Lucas 5:31, 32).
“Aquí estoy”, declara el Señor, “para traer salud espiritual a los enfermos de pecado. He venido a invitar a los pecadores al banquete del arrepentimiento”.
En eso consiste el arrepentimiento. Se trata de que el pecador encuentre la salud espiritual. Se trata de que el pecador “se siente a la mesa”, teniendo comunión con Dios.
Al pensar de esta manera, es obvio que esto es exactamente lo que trata la historia de Lucas sobre hijo pródigo.
No hay duda que el capítulo 15 de Lucas es el más importante sobre el arrepentimiento de todo el Nuevo Testamento, quizá de toda la Biblia. Pero aquí, también, las tres parábolas sobre el arrepentimiento surgen directamente de una pregunta sobre la comunión de Jesús en la mesa con los pecadores. Las palabras iniciales de Lucas 15 preparan el escenario para la enseñanza de nuestro Señor acerca del arrepentimiento:
Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. (Lucas 15:1-2, cursiva añadida).
“¿Cómo puede este hombre sentarse con gente así?”, decían los engreídos líderes religiosos. “¿Cómo puede tener comunión en la mesa con la escoria de la sociedad?”.
¿Cómo? La respuesta se encuentra en el corazón de Dios. Como un padre amoroso y generoso, esperó para rodear con sus brazos al pecador que regresaba. Sin embargo, aceptar a ese pecador de nuevo no era todo lo que el Padre tenía en mente. Un banquete de alegre comunión era también parte de su plan.
Y esa es la historia del hijo pródigo. En la provincia apartada, reducido a la desesperación por su estilo de vida derrochador, este joven se arrepiente. El arrepentimiento del hijo pródigo es relatado por nuestro Señor con estas palabras:
“Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.” (Lucas 15, 17-19).
“Quiero vivir en casa”, se dice el hijo pródigo, “así que volveré y ofreceré mis servicios a mi padre a cambio de alojamiento y comida”. En efecto, el joven decidió: “Quiero reparar la brecha entre mi padre y yo. Quizá pueda arreglar las cosas con una disculpa y trabajando para él”.
Esta fue una buena decisión. Pero fue errónea. Su padre no estaba interesado en hacer el trato que su hijo pensaba. Su padre estaba preparado para recibirlo sin condiciones. Su amor por su hijo pródigo no estaba condicionado a ningún tipo de compromiso de servir en la finca. Restablecer la armonía con su padre iba a ser mucho más fácil de lo que había imaginado.
La historia del hijo pródigo, por tanto, no es simplemente un relato sobre la salvación. Es un relato acerca de cómo se reunieron un padre y un hijo separados desde hace tiempo. Es una historia sobre un padre que hizo mucho más que recuperar a su hijo. De hecho, es una historia sobre cómo un padre derramó su amor a un hijo descarriado y se sentó con él, en comunión, en un espléndido y dichoso banquete.
Inequívocamente, la historia del hijo pródigo es la historia de la restauración del pecador a la comunión con Dios, nuestro Padre celestial. Pero el arrepentimiento siempre tiene que ver con eso, ¡incluso cuando el pecador que se arrepiente ya es cristiano!
Reconsideremos las palabras de Jesús a los cristianos de Laodicea:
“Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apocalipsis 3:19-20, cursiva añadida).
El arrepentimiento, la cena con Jesús, la comunión— son los hilos que la Biblia utiliza para tejer este tapiz de verdad. La armonía —la comunión— entre una humanidad pecadora y un Dios de perdón, debe basarse siempre en el arrepentimiento, al igual que la justificación debe basarse siempre en solo por la fe.
Sin duda, el hijo pródigo puede representar a un hombre no salvo cuyo arrepentimiento lo vuelve al camino correcto. Muchas personas no salvas han encontrado la salvación de forma muy parecida. Insatisfecho con una vida terrenal desperdiciada, el pecador no salvo decide “regresar a casa” con Dios, buscando la armonía con su Hacedor. Y aunque al principio tenga la idea equivocada de que debe trabajar para que Dios lo acepte, con el tiempo se encontrará con un Padre que perdona cuyo amor es totalmente incondicional y cuya salvación es absolutamente gratuita.
Pero el hijo pródigo también puede representar a un cristiano que se ha alejado de la comunión con el Padre y que también decide “regresar a casa”. Tal vez el cristiano incluso planea “compensar” el fracaso trabajando más duro para Dios. Pero al volver, se produce de nuevo el encuentro con el mismo amor perdonador que se experimentó por primera vez en el momento de la salvación, tanto si ese momento fue reciente como si se produjo en un pasado lejano.
Siempre es lo mismo, tanto si nos acercamos a Dios por primera vez como si lo hacemos por centésima vez. El Padre está ahí con los brazos abiertos y con un corazón abierto.
“Mirad por vosotros mismos”, dijo Jesús en una ocasión. “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.” (Lucas 17:3-4, cursiva añadida).
¿Y por qué deberían hacer eso los discípulos de Jesús? Porque eso es exactamente lo que Dios hace por ellos —por nosotros— todos los días.
La historia del hijo pródigo, por tanto, es una historia que se repite —en principio— una y otra vez en la vida de todo cristiano. No se agota ni mucho menos en nuestra experiencia inicial de contacto armonioso con Dios, y quienes la limitan a eso en realidad no la han entendido.
Por eso, los reformadores tenían razón en lo esencial. Es esencialmente correcto decir que “nuestro Señor y Maestro Jesucristo… quiso que toda la vida de los creyentes fuera el arrepentimiento”. Porque sin el arrepentimiento, repetido siempre que exista la necesidad de ello, no hay comunión con Dios.
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Zane Hodges enseñó el Nuevo Testamento y Exégesis in el Seminario Teológico de Dallas