Job era bastante religioso, bastante piadoso, y bastante bueno. Incluso Dios dijo,
“¿No has considerado a mi siervo, Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (Job 1:8).
Pero ser perfecto y recto no quiere decir que sabes todo lo que hay que saber sobre Dios y el mundo. No significa que no tengas espacio para crecer.
De hecho, a través de su sufrimiento, la fe de Job creció.
Al principio, Job era resignado a sufrir:
“Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21).
(Nota que Job estaba equivocado. El Señor no le había quitado nada sino fue Satanás.)
Pero mientras Job continuaba sufriendo, empezó a preguntarse qué estaba pasando:
“Si he pecado, ¿qué puedo hacerte a ti, oh Guarda de los hombres? ¿Por qué me pones por blanco tuyo, hasta convertirme en una carga para mí mismo?” (Job 7:20).
Igual que sus amigos, Job tenía una cosmovisión legalista del castigo y la recompensa—así que se preguntaba por qué Dios lo estaba castigando (como sabemos, ¡no fue así!).
Job no recibió una respuesta. Por eso, quiso demandar a Dios. ¡Así es! Job quiso llevar a Dios al corte para probar su inocencia:
“Pero quiero hablarle al Todopoderoso, y deseo argumentar con Dios” (Job 13:3 NBLA).
Pero no pensaba que Dios le daría una audiencia.
“Cuánto menos le responderé yo, y hablaré con él palabras escogidas? Aunque fuese yo justo, no respondería; antes habría de rogar a mi juez. Si yo le invocara, y él me respondiese, aún no creeré que haya escuchado mi voz” (Job 9:14-16).
Mientras continuaba sufriendo, su esperanza empezó a cambiar. Al principio, esperaba ganar su demanda contra Dios. Luego, comenzó a esperar a un mediador. Deseaba que hubiera alguien que pudiera defender su caso:
“Porque no es hombre como yo, para que yo le responda, y vengamos juntamente a juicio. No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos. Quite de sobre mí su vara, y su terror no me espante” (Job 9:32-34).
A medida que lees los discursos de Job, ves que la teología de Job comienza a cambiar y madurar. Comienza a expresar un tipo de esperanza diferente. No espera en un sistema indiscutible de castigo y recompensa, como lo hacen Elifaz, Bildad y Zofar. Y no espera ganar su demanda contra Dios. No pone su esperanza en este mundo. En cambio, expresa fe—no solo esperanza—que un día, después de que haya muerto y haya dejado atrás este mundo de sufrimiento, será resucitado por Su Redentor:
“Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:25-27).
Al final, el sufrimiento le enseñó a Job a anhelar la aparición de su Redentor. Los dolores terrenales resultaron en el anhelo espiritual.
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Shawn Lazar es el Editor de la revista Gracia en el Enfoque, y es el Director de Publicaciones para la Sociedad Evangélica de la Gracia (Grace Evangelical Society). Él y su esposa Abby tienen tres niños. Es pastor bautista ordenado. Tiene el Bachillerato en Teología de la McGill University y Maestría de la Free University of Amsterdam. Ha escrito dos libros: Beyond Doubt: How to Be Sure of Your Salvation [Más allá de la duda: cómo estar seguro de su salvación] y Chosen to Serve: Why Divine Election Is to Service, Not to Eternal Life [Elegido para servir: por qué la elección divina es al servicio, no a la salvación eterna].