“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Flp 4:6).
“Orad sin cesar” (1 Tes 5:17).
¿Cuán a menudo oras a Dios?
Al principio de mi caminar con Cristo, descubrí que podía orar sin cesar. ¡O lo suficientemente cerca!
Eso no es un alarde. Tampoco creo que sea una exageración. No pretendo tener una vida de oración profunda y satisfactoria. Al contrario, después de 26 años de ser un cristiano muy sincero, todavía me siento como un principiante usando flotadores en la parte poco profunda de la piscina de oración. Sin embargo, hablo con Dios la mayor parte del tiempo.
No sé por qué orar sin cesar es algo natural para mí. Me he preguntado si es porque tengo un sólido monólogo interno, algo que, para mi sorpresa, no todos poseen. Supongo que no me fue difícil convertir ese constante monólogo interior en un constante diálogo con Dios.
También soy un preocupón en recuperación. Así que desde el principio, aprendí a traer mis preocupaciones a Dios (y todavía lo estoy haciendo).
En mi caso, la forma en que eso funciona es que hablo con Dios acerca de cualquier cosa que esté pensando. Es decir, en lugar de simplemente pensar para mí mismo, invito a Dios en la conversación. “¿Es eso lo que quisieras que yo escriba hoy, Señor?” “Padre, sabes cuánto he luchado con Zane. Perdóname, Señor. ¿Cómo puedo amarlo mejor?” “Jesús, los corazones de los reyes están en tus manos…por favor, ¡no permitas que esos idiotas provoquen una tercera guerra mundial!” “Cielo rosado..¡Qué hermoso! Gracias, Señor.” “Señor Jesús, mira a este pobre hombre. Apenas puede caminar. ¡Ten misericordia y sánalo!”
Trato de hablar con Dios sobre todo. Y en caso de que te preguntes, no, ¡no escucho una voz respondiendo!
Si te cuesta imaginar cómo es orar sin cesar, quizás te sea útil una analogía de Thomas Kelly. Kelly era un Quaker, y solo lo recomendaría a lectores exigentes. Comparó la oración continua con la experiencia de estar enamorado.
Se puede ver una leve analogía en la experiencia muy humana de estar enamorado. El enamorado recién aceptado lleva una vida interna de alegría, de corazón palpitante, de deseo desbordante hacia su persona amada. Y aunque va a trabajar, se gana la vida, come, y paga sus cuentas, todo el tiempo, en lo profundo de su ser hay un cierto nivel de conciencia sobre un objeto muy querido para él. Esa consciencia es privada; no se la muestra a nadie. Sin embargo, se derrama y cambia su vida exterior, colorea su comportamiento, y brinda nuevo entusiasmo y gloria a su rutina diaria…Los dos niveles están ahí, el superficial y el más profundo, en fructífera interacción, con los valores creativos extendiéndose desde lo más profundo hasta los asuntos diarios de la vida (Thomas Kelly, Reality of the Spiritual World [Realidad del mundo espiritual], p. 35).
¿Recuerdas cómo era estar enamorado y pensar constantemente en tu persona amada? Las personas a tu alrededor no sabían qué estaba pasando en la privacidad de tus pensamientos, pero la persona amada estaba siempre en tu mente.
Orar sin cesar es lo mismo.
Quizás esa es la razón por la que los cristianos son llamados a amar más a menudo que son llamados a orar.
El amor es un gran motivador.
Cuanto más ames a Dios sin cesar, más le orarás.
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Shawn Lazar es el editor de la revista Gracia en el Enfoque, y es el Director de Publicaciones para la Sociedad Evangélica de la Gracia (Grace Evangelical Society). Él y su esposa Abby tienen tres niños. Es pastor bautista ordenado. Tiene el Bachillerato en Teología de la McGill University y Maestría de la Free University of Amsterdam. Ha escrito dos libros: Beyond Doubt: How to Be Sure of Your Salvation [Más allá de la duda: cómo estar seguro de su salvación] y Chosen to Serve: Why Divine Election Is to Service, Not to Eternal Life [Elegido para servir: por qué la elección divina es al servicio, no a la salvación eterna].