Una de mis películas favoritas es Lord of the Rings [El señor de los anillos]. La veo todos los años, normalmente alrededor en las Navidades. Mientras que la mayoría de los personajes de la película son llamativos, el personaje más psicológicamente complejo y espiritualmente interesante es Gollum. (De hecho, creo que se puede argumentar que Gollum es el héroe involuntario de la saga.)
En la película, Gollum se representa como uno que tiene una doble personalidad. Comienza la vida en un estado inocente. Nace como Sméagol, hijo de una familia aristocrática, y comienza la vida en un estado inocente. Pero experimenta una caída cuando mata a su primo por un anillo de oro. Después de esconder astutamente el cadáver, Sméagol vuelve a casa y comienza a usar el Anillo para molestar y atormentar a su familia, hasta que se echa del paraíso, llega a ser conocido como Gollum y se exilia a un inframundo solitario bajo las Frías y Brumosas Montañas. El Anillo lo mantiene vivo durante cientos de años, pero no lo mantiene bien. Entonces, un Hobbit llamado Bilbo Bolsón descubre el Anillo y se lo quita de Gollum.
Años después, cuando el sobrino de Bilbo, Frodo, se encuentra con Gollum con rumbo al Monte del Destino, descubrimos que Gollum tiene un lado bueno y un lado malo. De un lado, Sméagol todavía tiene rastros de inocencia infantil, que reaparecen cada vez que Frodo lo llama por su nombre real. Pero Sméagol también tiene un lado monstruoso y moralmente deformado, es decir, el lado “Gollum,” agravado por su adicción al Anillo.
Así que Gollum está en guerra consigo mismo sobre lo que debe hacer. El espectador observa mientras sus personalidades conflictivas luchan por el control. Aunque Sméagol sabe que debería ayudar a Frodo, Gollum quiere hacerle daño y al final gana el mal.
El Apóstol Pablo habría reconocido ese tipo de lucha interna. Muchas personas lo han hecho, incluso los no regenerados. El poeta romano Ovidio dijo, “Veo las cosas mejores, y las apruebo, pero sigo con las que son peores” (Barclay, Romans (Romanos), p. 98). Pero Pablo encontró, o descubrió [heuriskō], un nuevo entendimiento de esa lucha interna, es decir, que existe una batalla de dos leyes dentro de él:
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios (Romanos 7:21-22).
Con su hombre interior se deleita en la ley de Dios. El griego sugiere que aquí se implica una “dimensión social”, o un regocijo en la ley “junto con los demás”, quizás con otros fariseos (Jewett, Romans [Romanos], p. 469). Pablo estaba dispuesto a regocijarse en la ley tanto como cualquier otra persona. Sin embargo, también descubrió el mal dentro de sí mismo:
Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros (Romanos 7:23).
Si bien el hombre interior de Pablo deseaba hacer el bien, una “ley” diferente estaba obrando en su cuerpo no regenerado (es decir, en “sus miembros”). Cranfield dice, “Parece que aquí Pablo está usando la palabra “ley” de una manera metafórica, para indicar el poder ejercido, la autoridad y el control, y, que quiere decir con la frase ‘la ley del pecado’, el poder, la autoridad, el control ejercido sobre nosotros por el pecado” (Cranfield, Romans [Romanos], p. 168). En otras palabras, Pablo está personificando el pecado nuevamente. “Es un modo contundente de señalar que el poder que el pecado tiene sobre nosotros es una terrible farsa, una parodia grotesca de esa autoridad sobre nosotros que, por derecho, pertenece a la santa ley de Dios” (Cranfield, Romans [Romanos], pp. 168-69). Y el poder del pecado se podía ver especialmente en el cuerpo. Como dice Hodges, “Aunque el espíritu dentro de nosotros es vida, el cuerpo físico queda completamente muerto a la voluntad de Dios” (Hodges, Romans [Romanos], p. 199).
Si tu propio cuerpo es un obstáculo para la santificación, ¿cómo puedes esperar vivir una vida santa? Pablo necesitaba ser liberado pero descubrió que la justificación no podía liberarlo. Tampoco el conocimiento o tomar resoluciones o incluso la ley de Dios. Si Pablo no podía liberar de ello, ¿quién podría hacerlo?
¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:24).
El cristiano que ha nacido de nuevo siente la lucha interna por hacer el bien y el dolor de no estar a la altura de la voluntad de Dios. Como dice Cranfield, “Cuanto más avanzan los hombres en la vida cristiana, y cuanto más maduran en su discipulado, más clara se vuelve su percepción de las alturas a las que Dios los llama y más dolorosamente aguda su conciencia de la distancia entre lo que deberían y quieren ser, y lo que son” (Cranfield, Romans [Romanos], p. 169).
Pablo necesitaba ser liberado de su cuerpo mortal. Pero si aún no lo había experimentado, ¿cuándo lo haría? “La pregunta trata del futuro”, señala Govett (Govett, Romans [Romanos], p., 278). ¿Quién lo salvará en el futuro?
Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro (Romanos 7:25a).
Pablo alaba a Dios, dando a entender que Jesús es la respuesta a su pregunta. “Por Él ya está ganada la victoria. Por Él podemos esperar con plena confianza el día de redención final,” dice Nygren (Nygren (Nygren, Romans [Romanos], p. 302).
¿Pero cómo hará eso Jesús?
Pablo tendrá mucho más que decir acerca de la vida cristiana en el capítulo 8, pero antes de llegar a esa discusión, termina con un resumen:
Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado (Romanos 7:25b).
Aquí está la gran lección: La santificación por la ley no funciona. Nunca. “Por la ley, ningún hombre, ni aún el cristiano, se vuelve justo” (Nygren, Romans [Romanos], p. 303). Al contrario, cada vez que el cristiano intenta usar la ley para su santificación, exacerba la guerra entre su hombre interior y su cuerpo mortal y descubre que hay dos leyes luchando por el control de su vida y que ninguna de las dos puede realmente hacer la obra de la santificación.
Permíteme hacer una analogía entre la ley y el Anillo de Poder.
Inicialmente, muchos de los héroes de El señor de los anillos fueron tentados a guardar el Anillo y usarlo por el bien, solo para darse cuenta de que usarlo tendría el efecto opuesto. En lugar de derrotar a su enemigo, el Anillo los provocaba a hacer el mal. En lugar de usarlo, deberían haberlo destruido. Se puede decir que Pablo hace un punto similar acerca de la ley en Romanos 7. Si bien los cristianos pueden querer usar la ley por el bien, para fomentar su santificación, la verdad es que tendrán un resultado contrario. Los cristianos no deben usar la ley. En cambio, deben ser liberados de ella, y eso es exactamente lo que hizo Jesús.
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Shawn Lazar es el editor de la revista Gracia en el Enfoque, y es el Director de Publicaciones para la Sociedad Evangélica de la Gracia (Grace Evangelical Society). Él y su esposa Abby tienen tres niños. Es pastor bautista ordenado. Tiene el Bachillerato en Teología de la McGill University y Maestría de la Free University of Amsterdam. Ha escrito dos libros: Beyond Doubt: How to Be Sure of Your Salvation [Más allá de la duda: cómo estar seguro de su salvación] y Chosen to Serve: Why Divine Election Is to Service, Not to Eternal Life [Elegido para servir: por qué la elección divina es al servicio, no a la salvación eterna].